viernes, febrero 18, 2005

Identidad y protagonismo del laicado

1. El “modelo de laico” de nuestra pastoral
El protagonismo de los fieles laicos se desarrolla en la Iglesia y en el mundo (cf. Documento de Trabajo del Sínodo (DTS), Capítulo 8 - Identidad y protagonismo del laicado, nn. 56-65). Considerando las crecientes responsabilidades pastorales asumidas por muchos laicos en las últimas décadas, se plantea, entre otros, el problema del equilibrio entre las actividades intra-eclesiales y seculares de los llamados “laicos comprometidos” (cf. ídem, n. 198).
Nuestra reflexión sobre el modelo o ideal de laico implícito en muchas prácticas corrientes de nuestra pastoral arquidiocesana parte del siguiente texto: “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen Gentium, n. 31).
Consideremos en primer lugar el protagonismo del laico dentro de la Iglesia. Según el DTS, “se expresa desde el presbiterio que “priorizamos la dimensión laical intraeclesial y nos cuesta ver el servicio del laico al mundo y el servicio al laico para esa animación”. (DTS, cap. 8, n. 165). Ejemplificaremos esta prioridad, que tiende a contradecir la doctrina del Concilio, con la siguiente cita: “Equilibrar nuestros tiempos, no dejar de hacer todo lo que podamos para contribuir a la Evangelización y no abandonar a la familia” (ídem, n. 133). Aquí se pierde de vista que la tarea evangelizadora del laico tiene un momento fundamental en la familia y que no basta con no abandonar a ésta. “Parecería que no se percibe con claridad que el modelo de laico activo en la parroquia no es el único de auténtico desempeño de la vocación y misión laical” (ídem, n. 219).
Constatamos pues que a menudo asumimos implícita o incluso inconscientemente un modelo desequilibrado, según el cual, dicho lisa y llanamente, los fieles laicos practicantes se dividen en dos categorías: una inferior, la de los que van a la iglesia básicamente sólo para la Misa dominical y para confesarse (los “fieles de Misa”), y otra superior, la de los que participan en pequeñas comunidades cristianas y/o se desempeñan de diversas maneras como agentes pastorales (los “laicos comprometidos”). Veamos dos ejemplos de esta concepción:
· “Son muchas las referencias en las que se considera “fundamental la participación en pequeñas comunidades o grupos –tanto de jóvenes como de adultos-...” (ídem, n. 76).
· “La concepción de la Parroquia como Comunidad de Comunidades constituye y significa una de las líneas centrales de la Pastoral de Conjunto en la Arquidiócesis de Montevideo y por ende de su proyecto eclesial.” (DTS, Cap. 4 – Parroquia, n. 124). Dado que esta frase está inserta en el apartado 2.9 (Pequeñas comunidades), no cabe duda acerca de cuál es el sentido primario de la expresión “comunidad de comunidades”. ¿Cuál es entonces el rol de los “fieles de Misa” en esta concepción? ¿Se trata sólo de “laicos comprometidos” en potencia?
Podemos captar el error de este modelo conceptual recordando algo obvio: los mandamientos de la Iglesia son cinco y ninguno de ellos exige la participación en una pequeña comunidad ni mucho menos en una función intra-eclesial. Sin duda la opción pastoral de promover estas formas de participación es justa y necesaria, pero no debemos cometer el error de fijar metas irreales, porque éstas no se podrán cumplir y conducirán necesariamente a innecesarias frustraciones. Por múltiples razones es imposible que todos los fieles laicos sean durante todo el tiempo miembros de pequeñas comunidades o agentes pastorales. Y, en buena ontología, lo que es imposible no puede ser bueno. Es obligación de la Iglesia promover las pequeñas comunidades, pero no es obligación de cada laico individual participar en una de ellas. Cada uno deberá decidir en conciencia si, en sus circunstancias concretas, esto resulta conveniente o no.
Por otra parte, se plantea el problema de una posible “clericalización” de los “laicos comprometidos” (cf. DTS, cap. 8, n. 108). En este caso partiremos de la siguiente cita: “Los laicos que sean considerados idóneos tienen capacidad de ser llamados por los sagrados Pastores para aquellos oficios eclesiásticos y encargos que pueden cumplir según las prescripciones del derecho.” (Código de Derecho Canónico (CDC), can. 228,1).
Los oficios eclesiásticos y encargos pastorales asumidos por laicos suponen una vocación particular enmarcada dentro de la vocación laical (cf. DTS, cap. 8, n. 197), por lo cual en principio debe ser posible compatibilizar ambas vocaciones. Hay pues una “clericalización” lícita y una “clericalización” ilícita de los fieles laicos (por así decir). La “clericalización” ilícita se dará cuando la dedicación a las tareas eclesiásticas sea de tal magnitud que atente contra la esencia misma de la identidad del laico. ¿Dónde se encuentra la barrera que el laico no debe franquear?
Antes de contestar esta pregunta, consideremos el protagonismo del laico en el mundo. Las siguientes citas pretenden mostrar que, también en este aspecto, el modelo conceptual predominante en muchas de nuestras prácticas pastorales está (a nuestro juicio) algo distorsionado:
· “El lugar específico del laico es la profesión, la familia, el trabajo, el tiempo libre, el mundo de las relaciones, el barrio, el sindicato, la universidad, la vida cotidiana. Su misión está en la economía, la política, la educación, los medios de comunicación, la sociedad y el mundo... “Falta de tiempo disponible para una mayor participación en los distintos ámbitos” que “dificulta el compromiso y la participación.” (ídem, n. 97).
· “La experiencia propia del laico “de vivir en el mundo, lo dispersa por muchos ámbitos”. Entre ellos se destacan: Experiencias cooperativas, Comisiones de Fomento, Comedores, Merenderos, Nodos de trueque, Organizaciones barriales, Sindicatos, Juntas vecinales, diferentes instituciones públicas o privadas.” (ídem, n. 112).
Al parecer se tiende a pensar que el “laico comprometido” (el laico ideal) debería actuar como militante en su partido político, en su sindicato, en una ONG, en una organización barrial etc. etc. Si bien también es justo y necesario promover estas formas de participación, aquí nos enfrentamos de nuevo con metas o expectativas poco razonables. Dadas las condiciones de la vida moderna y la tendencia a una menor participación en ciertas áreas de la vida social, es prácticamente imposible que nuestro pobre “laico comprometido”, sobrecargado ya por sus múltiples compromisos eclesiales, familiares y laborales, multiplique sus esfuerzos para participar en todos esos ámbitos seculares. Lo que es una obligación para el laicado en su conjunto (participar cristianamente en los partidos políticos, los sindicatos, etc.) no puede ser una obligación para cada laico individual. Éste deberá decidir, en conciencia, cuáles son sus obligaciones en función de su situación concreta (tiempo libre, inclinaciones, talentos, oportunidades, etc.). Como escribió el Beato Papa Juan XXIII: “Haz el bien que puedas hacer, que es el único obligatorio”.
Volvamos ahora a la cuestión planteada antes: ¿Cuáles son los aspectos esenciales de la identidad del laico, los cuales no deben ser descuidados a causa de sus compromisos pastorales? A nuestro juicio, para la gran mayoría de los laicos, los aspectos esenciales son dos: la familia y el trabajo. Recientemente la Iglesia de Montevideo asignó una alta prioridad a la pastoral familiar y además el Sínodo Arquidiocesano está reflexionando abundantemente sobre esta área en su Tema 3 (“Familia y sacramento del Matrimonio”). Sería adecuado que en el marco del Tema 8 nos detuviéramos más en el otro aspecto básico: el trabajo (profesional o doméstico). La evangelización del mundo de la empresa y el trabajo es quizás el área más descuidada de toda nuestra acción pastoral.
Pues bien, nuestra tesis es que la participación de un laico individual en actividades pastorales puede hacerse a expensas de su militancia en un partido político, un sindicato, etc. pero no puede hacerse a expensas de un daño grave a los dos ámbitos nucleares de su identidad laical: la familia y el trabajo. Cuando la familia o el trabajo sufren gravemente a causa de dicha participación estamos ante un caso de “clericalización” ilícita.
Terminaremos este capítulo con una exhortación a los fieles laicos a no caer en la tentación del activismo. No necesitamos estar en todas partes a la vez. En definitiva, para dar mucho fruto necesitamos permanecer en un solo lugar: en el Corazón de Cristo.

2. La formación del laico
“Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y condición de cada uno.” (CDC, can. 229,1).
“La formación es reconocida por todos como uno de los instrumentos que aumenta las posibilidades de manera más intensa en la comunidad cristiana.” (DTS, cap. 8, n. 141). Mejorar la formación de los laicos -por ejemplo en lo relativo a ciertos temas conflictivos de actualidad- es una tarea importante y urgente (cf. ídem, n. 168). Es necesario que, además de la formación propia de la iniciación cristiana, los laicos tengan oportunidades de recibir una formación continua (cf. ídem, n. 233).
La Arquidiócesis cuenta con varios institutos y cursos dedicados a la formación teológica de los fieles laicos. Proponemos continuar y profundizar los esfuerzos realizados en esa dirección, procurando llevar esta formación en primer término a todos los catequistas y otros agentes pastorales laicos. También proponemos utilizar más y mejor los medios de comunicación social con una finalidad formativa y fortalecer la dimensión de formación doctrinal en la educación católica. Por último proponemos que todas las iniciativas de formación enfaticen la credibilidad de la fe cristiana. Creemos que se necesita una “nueva apologética”, sin excesos polémicos ni tendencias racionalistas (cf. ídem, 221).

3. Los católicos alejados de la Iglesia
En primer lugar mencionaremos algunos datos tomados de un libro acerca de la religiosidad de los montevideanos publicado no hace muchos años :
· En función de la autodefinición religiosa, los católicos somos mayoría relativa en Montevideo (48%).
· Muchos católicos no creen en dogmas cristianos básicos como la divinidad de Jesucristo o la resurrección de los muertos.
· Sólo el 38% de los católicos se consideran vinculados a la Iglesia Católica.
· Aparentemente los católicos “practicantes” seríamos a lo sumo un 20% del total de católicos (cf. ídem, nn. 103-105, 199).
· Muchos católicos se han apartado de la doctrina moral de la Iglesia, sobre todo en lo relativo al divorcio y las relaciones sexuales prematrimoniales.
Proponemos que la Iglesia Católica en Montevideo avance en el sentido de la nueva evangelización impulsada por el Papa Juan Pablo II, por medio de un mayor énfasis en los siguientes elementos esenciales de la vida cristiana:
· La constante proclamación de los principales misterios de la fe.
· El encuentro personal con Jesucristo vivo, único Camino hacia Dios Padre.
· La Iglesia, misterio de comunión entre Dios y los hombres.
· La vocación universal a la santidad.
· La Misa dominical como centro de la vida cristiana.
· Los medios de crecimiento de la vida cristiana (oración, lectura de la Biblia, sacramentos etc.).
· La evangelización de las familias.
· La enseñanza de los aspectos morales de la vida cristiana.
· La evangelización de la cultura.
· La defensa y propagación de la fe.
· La renovación de las comunidades cristianas.

4. Los no católicos
En primer lugar mencionaremos algunos datos tomados del mismo libro al que aludimos antes:
· Un 10% de los montevideanos son muy propensos a creer en supersticiones, cábalas y prácticas anticipatorias del futuro. Otro 30% manifiesta una propensión menor al ocultismo.
· Los ateos son el 14% de los montevideanos en general y el 24% de los jóvenes. El ateísmo es la postura más frecuente ante el “problema religioso” después del catolicismo. Los agnósticos son el 2,6% del total y los deístas el 8,3%.
· El 11% de los encuestados creen en la reencarnación.
· El 4,3% del total (y el 10% de los jóvenes) participa frecuentemente en cultos afro-brasileños. El 20% de la población ha asistido por lo menos una vez a esos cultos. La Umbanda ocupa el tercer puesto en función de la cantidad de personas “vinculadas” a las organizaciones religiosas (1,5%).
· Hay un 13% de cristianos no católicos. Si bien dentro de este grupo hay “cristianos sin Iglesia” y miembros de iglesias protestantes históricas, es probable que la mayoría pertenezca a nuevos grupos evangélicos o pentecostales. El 2,1% de los montevideanos (y el 4% de los jóvenes) participan frecuentemente en cultos pentecostales. Un 4,8% de la población ha asistido al menos una vez a esos cultos. En función de la cantidad de personas “vinculadas”, las Iglesias Evangélicas ocupan el segundo puesto con el 1,7% y los Testigos de Jehová ocupan el cuarto puesto con el 1,0%.
· La Iglesia es vista como una organización filantrópica: La gran mayoría opina que el cometido principal de la Iglesia Católica es ayudar a los pobres y necesitados o combatir la injusticia defendiendo los derechos de las personas.
Ante esta situación, proponemos en primer lugar los mismos remedios que en el punto anterior y en segundo lugar un mayor énfasis en los siguientes elementos:
· El anuncio gozoso de Jesucristo como único Salvador.
· Un testimonio cristiano entusiasta, razonable, comprometido y coherente.
· El combate contra las sectas.
· El rechazo radical de las creencias mágicas y supersticiosas.

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 19 de marzo de 2005.

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