martes, julio 19, 2005

Comentarios sobre el IAS - Movimientos eclesiales y nuevas comunidades

1) Una mirada desde afuera
A diferencia de los Informes sobre la parroquia, la pastoral de la solidaridad y la educación católica, el Informe sobre los movimientos eclesiales y nuevas comunidades no parece interesarse mayormente por los movimientos en sí mismos, sino sólo por su relación con las parroquias, las zonas y la diócesis. En el fondo los cuatro núcleos del Informe tratan este último tema. En cambio se prescinde de analizar la vida interior de los movimientos (su liturgia, su espiritualidad, su acción misionera etc.). Más allá de todas las expresiones positivas del Informe acerca de los movimientos, creemos que esta forma de mirarlos desde afuera es reveladora de una tendencia inconsciente a verlos (o verse) erróneamente casi como una realidad externa que debería relacionarse y colaborar con la Iglesia.

2) La libertad de asociación en la Iglesia Católica
“Los fieles tienen derecho a fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad o piedad o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y también a reunirse para procurar en común esos mismos fines.” (Código de Derecho Canónico, canon 215). El primer principio en materia de asociaciones es la libertad. La intervención de la autoridad eclesiástica viene en segundo lugar, por ejemplo para reconocer o no el carácter católico de una asociación privada de fieles. Por ello no nos parece correcto el enfoque demasiado centralista que el Informe insinúa en ocasiones. Por ejemplo, el Informe afirma que “es positiva la presencia de movimientos y nuevas comunidades que respondan a necesidades de la Iglesia local” (n. 21). Los fieles no necesitan una previa autorización del Obispo para crear una asociación cualquiera dentro de la diócesis. Creemos que en esta materia debe regir un principio análogo a la llamada “presunción de inocencia” del derecho penal: se debe presumir que toda nueva comunidad es positiva mientras no se demuestre lo contrario. Además, en función del principio de subsidiariedad, podríamos dar vuelta la cuestión y preguntarnos, no sólo si un nuevo movimiento sirve a los organismos pastorales diocesanos, sino también si éstos sirven al nuevo movimiento. Al fin y al cabo el cristiano debe buscar antes servir que ser servido.

3) Pastoral ambiental y pastoral territorial
Al igual que los demás Informes, también el Informe que estamos comentando denota a veces un énfasis excesivo en la territorialidad. Creemos que a este respecto es importante recordar que, si bien el párroco debe velar por el bien de todas las almas que habitan en el territorio de su parroquia, los fieles católicos de su jurisdicción no tienen ninguna obligación moral ni canónica de participar de la Santa Misa en su propia parroquia ni de participar en las actividades parroquiales. A diferencia de lo que ocurría en el pasado y lo que sigue ocurriendo en las áreas rurales, la movilidad de la vida moderna, sobre todo en grandes ciudades como Montevideo, vuelve muy natural la vinculación de un fiel a una comunidad cristiana distinta de su propia parroquia (ya sea otra parroquia, un colegio católico, un movimiento eclesial etc.). Se debe aceptar serenamente esta transformación, que probablemente se acentúe en el futuro.
La gran heterogeneidad de las situaciones personales y las necesidades religiosas de los fieles que viven en el territorio de la parroquia hace que ésta difícilmente pueda responder de forma adecuada a todas esas situaciones y necesidades. Además hay muchos ámbitos cuya atención pastoral no puede ser desplegada adecuadamente desde las parroquias territoriales: pensemos en la evangelización de los “mundos” del arte, de la política, de Internet etc. Por estas razones la pastoral ambiental tiene y tendrá que cumplir un rol fundamental. De ahí la necesidad y la urgencia de lograr una adecuada armonización y complementación entre pastoral ambiental y pastoral territorial, con espíritu de fraterna colaboración y no de absurda competencia.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Vea mis estadí­sticas