sábado, febrero 19, 2005

Identidad y protagonismo del laicado (Dr. Carlos ALVAREZ COZZI)

TEMA 8 DEL SINODO ARQUIDIOCESANO 2005 DE LA ARQUIDIOCESIS DE MONTEVIDEO
“Identidad y protagonismo del laicado”

Dr. Carlos ALVAREZ COZZI

Estimados hermanos sinodales:
Desde el convencimiento personal y comunitario acerca de la clara voluntad del Señor Jesús y de su Iglesia de potenciar la identidad y el protagonismo del laicado en la misión evangelizadora, mandatada a la misma en el momento de la Ascensión de Jesús a los Cielos, es que me dirijo a los distinguidos miembros sinodales de la Arquidiócesis de Montevideo con este aporte elaborado desde lo intelectual pero fundamentalmente basado en lo cordial, en el amor a Cristo y a su Iglesia.

I) EL MODELO DE LAICO.

1) Creemos que la Jerarquía de la Iglesia, como vicaria de Cristo Cabeza, a fin de cuidar de su Cuerpo Místico, que formamos todos, debe de potenciar la formación para la identidad y el protagonismo del laicado. Como la esencia de la iglesia lo determina y el Concilio Vaticano, en especial la “Lumen Gentium” lo plasma, además del sinnúmero de documentos del Magisterio universal como se refiere en el artículo que se adjunta al presente aporte, sobre “Los Laicos en la Iglesia” publicado en es.catholic.net, la fuerza evangelizadora que tenemos los laicos está todavía en ciernes, es un potencial latente a desarrollar. A nadie escapa que los laicos podemos llegar a ámbitos donde los clérigos no tienen naturalmente acceso. Es propio de nosotros los laicos, el mundo del trabajo, de la familia, de la cultura, de la sociedad, del derecho, de la economía, de las artes, etc., etc. En tanto la gran mayoría de los fieles de la Iglesia somos laicos, estamos en el mundo, es esencial potenciar por parte de la Iglesia institución la formación, la misión y el protagonismo del laicado, a fin de cumplir a cabalidad la orden que el Señor nos dejó para evangelizar el mundo hasta los cofines de la tierra, para los cual nos entregó el sacerdocio común de los fieles. Naturalmente que los laicos debemos de ser protagonistas de nuestra misión en una correcta y deseada colaboración con los pastores de la Iglesia (el Papa, los obispos unidos a él y el clero), cada uno sin invadir el papel de los otros y todos colaborando mutuamente para edificar como miembros al Cuerpo Místico de Cristo como nos ruega San Pablo en sus Epístolas. Por tanto creemos que ese debe ser el modelo de laico a desarrollar por parte de la Iglesia. Un laico con los pies en la tierra, que sea formado en el cumplimiento de sus deberes para con el Señor pero también en forma concomitante con lo secular, como padre, esposo, trabajador, hombre cívico y político. Porque las dos realidades deben crecer juntas. Así como no es posible una piedad desencarnada, atemporal, tampoco es bueno que el fiel laico descuide su crecimiento espiritual y doctrinal que justamente va a ser el motor de su actuación familiar, cívica y social llevando a esos ámbitos su compromiso eclesial. Todos esos aspectos deben crecer juntos, nivelados, para así evitar esos casos lamentablemente tan numerosos en nuestra Iglesia, de falta de coherencia entre la fe que se confiesa y la vida que se vive, lo que resulta un escándalo y semilla de increencia para el mundo, regada por nuestra propia desidia y a veces la tolerancia de los hermanos que olvidan practicar la corrección fraterna como nos pide el Señor en los Evangelios.
2) Debemos pues crecer los laicos, que estamos enviados como misioneros al mundo, a lo secular, en una verdadera santidad política como hace poco nos pedía Juan Pablo II en un documento. Debemos terminar de una buena vez ocupando el lugar que nos corresponde a fin que otros no ocupen el mismo para desarrollar otros valores, verdaderos antivalores opuestos a los del Evangelio de Jesucristo. Ese compromiso con lo cívico, con lo secular, con lo político, debe infundirnos valor para actuar en los partidos políticos, en las organizaciones no gubernamentales, en los gremios, en la enseñanza, etc., defendiendo e impulsando los valores humanos que nos recuerda en forma permanente la doctrina social cristiana. Justamente por eso, es fundamental que los laicos sean formados en la misma, como fundamento de su actuar secular. La iglesia jerárquica, los pastores, deben estar solícitos junto a los laicos ya formados en ella, en la propagación de sus contenidos con la organización de Cursos y Charlas de difusión, potenciando para ello las estructuras existentes o mejor, como habremos de proponer en el capítulo de propuestas al Sínodo al final de este aporte, la creación de un Instituto de DSI, dependiente de la Arquidiócesis y con un selecto cuerpo docente formado por clérigos y laicos versados para cumplir este esencial servicio eclesial.
3) Como laicos que militamos en política notamos la necesidad de formación de los cristianos en esta doctrina social. Existe una gran ignorancia de ella en aquellos que son o se dicen cristianos y la natural consecuencia de ello es que luego en su actuar el mismo está enturbiado por esa falta de formación en temas cruciales para al bien común. Mientras nuestros políticos no se iluminen con el hecho indudable que la política debe estar destinada al bien común y no al bien individual o grupal en la sociedad, nuestras sociedades van a seguir padeciendo más que resultando beneficiadas con el actuar político. Por eso lamentablemente tal actividad no goza del respeto que debiera tener por lo poco confiable muchas veces de sus agentes, lo que lleva a un alejamiento de los jóvenes en particular de la vida política, incluso naturalmente de los cristianos. Por ello, hay mucho por hacer en este campo eclesial y que hace al modelo de laico que debemos de impulsar en nuestra Arquidiócesis, en la que vive nada menos que la mitad de la población del país. El Señor nos habrá de pedir cuentas como Iglesia de Montevideo en cuanto a que hicimos para la formación de nuestros hermanos laicos también en este campo y debemos estar a la altura de lo que Cristo espera de nosotros en el aquí y ahora. 4) Analizando nuestra historia del laicado uruguayo recordamos los nombres y más que ellos los luminosos testimonios de vida de quienes nos precedieron en este esfuerzo como Zorrilla de San Martín, Elías Regules, Salvador García Pintos, Tomás G. Brena, Juan Pablo Terra, Guzmán Carriquiry y tantos otros, que sin duda nos acompañan en esta tarea y deben reforzar nuestro compromiso para estar a la altura de esos pioneros.

II) LA FORMACIÓN DEL LAICO.
1) Como lo expusimos ya en el numeral anterior, el corazón del tema está justamente en propender a facilitar a los laicos los medios de formación para que sea verdaderamente un cristiano responsable, de pantalón largo como nos gusta decir. La Iglesia, todos nosotros, pero en particular los Pastores, tienen la grave obligación de atender a la formación del pueblo de Dios además de en lo espiritual también en lo atinente a la formación de los mismos en su doctrina social. Porque de otro modo es imposible esperar del laicado mayor incidencia en un mundo hostil al pensamiento y mensaje cristiano. La documentos de la Iglesia, en particular los conciliares, los pontificios y los del episcopado latinoamericano de los últimos años así como los locales, nos insisten en que es obligación de los laicos no desentendernos de la ciudad temporal, antes bien, es nuestra obligación actuar en ella basados en la doctrina evangélica, para lo cual es imprescindible por una elemental razón de medio a fin, ser formados en la rica doctrina social cristiana elaborada a través de los siglos por la Iglesia y recogida en el reciente Compendio de DSI publicado por la Santa Sede. De ahí la propuesta final de este aporte ya adelantada en el numeral anterior. 2) Vemos lamentablemente en nuestra América católica el triste espectáculo de muchos gobernantes que diciéndose “cristianos” sojuzgan a sus pueblos, los encadenan con estructuras injustas de pecado, los matan literalmente de hambre, no propenden al bien común sino al bien personal y de élites, actúan como cipayos de intereses imperialistas, sean éstos tanto los del “capitalismo salvaje” como los del marxismo, ambas concepciones del mundo y de la vida que coliden con la cosmovisión cristiana y personalista del hombre. No queremos ver más eso, no queremos que eso suceda en nuestro querido Uruguay, para lo cual el aporte de cristianos maduros y formados actuando en la vida social y política es imprescindible para lograrlo y a ello debe tender nuestro esfuerzo eclesial de formación. 3) No hay otra opción, cuanto menos demoremos en entenderlo más rápido actuaremos. Y creemos que un cristiano laico mejor formado va a ser necesariamente a la vez un mejor discípulo de Cristo y un mejor ciudadano que cuando vote lo va a hacer teniendo en cuenta en conciencia quién o quienes defienden los valores dignos de protección y propenden al bien común y quienes no.

III) LOS CATÓLICOS ALEJADOS DE LA IGLESIA.
Es una realidad en nuestro Montevideo y Uruguay laicista, legado del batllismo que tomó lo peor del positivismo anticlerical y masónico del S. XIX. Esa mentalidad permanece como un lastre y con él debemos de convivir. Y justamente porque ese fenómeno existe muy marcadamente en nuestro Montevideo en especial y en nuestro Uruguay en general, la identidad y el protagonismo del laicado resultan fundamentales. Los laicos llegamos más que los sacerdotes a la mayoría de los ámbitos sociales en esta realidad laicista. Y además tenemos la ventaja adicional que en nuestra sociedad paradójicamente la Iglesia es la institución que más confiable resulta a nuestra población, antes que los partidos políticos, el parlamento, el gobierno y la mismísima justicia. Por eso, todo conjuga armónicamente en nuestro caso para potenciar la identidad y el protagonismo del laicado, como plan y meta a trabajar en la Arquidiócesis de Montevideo. Es justamente con el testimonio de los católicos laicos que podremos contribuír al acercamiento a la Iglesia de nuestros hermanos alejados. Ya se sabe que un ejemplo de vida vale más que mil palabras como nos recordaba Juan Pablo II. Como vemos todo se relaciona: modelo de laico-formación del laico-testimonio ante la ciudad y el mundo-acercamiento de los alejados.

IV) EL DIALOGO CON LOS NO CATÓLICOS.
Lo expuesto en el numeral anterior sirve también para este punto del diálogo con los no católicos. Hemos tenido la experiencia de trabajar en una organización cristiana que en su mayoría es integrada por cristianos no católicos y pudimos experimentar el claro reconocimiento de respeto de los hermanos evangélicos para con la doctrina social de la iglesia de la que ellos carecen. Y ello puede extenderse a otros credos incluso no cristianos.

V) PROPUESTA:
Por todo lo expuesto proponemos al Sínodo que recomiende al Arzobispo de Montevideo potenciar la identidad y el protagonismo del laicado a través entre otros medios de la creación de una Vicaría o Instituto de Doctrina Social Cristiana así como la previsión de esta materia como de estudio obligatorio en los institutos pastorales de formación de clérigos, religiosos y en particular laicos, así como en la Universidad Católica del Uruguay Dámaso Antonio Larrañaga en todas las carreras que ella imparte.

Montevideo, 9 de febrero de 2005
Miércoles de Ceniza

La acción política de los católicos

1. La dimensión política de la fe cristiana
La Iglesia Católica reconoce la justa autonomía de la realidad terrena, de la cultura humana y de la comunidad política (cf. Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, nn. 36, 59, 76). Este principio contradice tanto al integrismo, que niega la autonomía de la realidad creada, como al secularismo, que la exagera considerándola como independencia respecto de Dios. Mientras que el integrismo une indisolublemente a la fe cosas que le pertenecen sólo accidentalmente, el secularismo separa de la fe cosas que le pertenecen sustancialmente. El Concilio rechaza ambos errores, afirmando que las cosas creadas y la sociedad gozan de leyes y valores propios que el hombre debe descubrir y emplear y que la realidad creada depende de Dios y debe ser usada con referencia a Él (cf. ídem, n. 36).
De acuerdo con su afirmación de la legítima autonomía de la comunidad política, la Iglesia reconoce no tener las soluciones a todos los problemas políticos que enfrentan las sociedades humanas. Por ejemplo, no es tarea de la Iglesia enseñar a los uruguayos si debemos o no debemos privatizar ANCAP; y es muy dudoso que sea tarea suya determinar si y hasta qué punto específico es conveniente o no para los latinoamericanos adoptar los diez lineamientos generales de política económica agrupados por John Williamson bajo el nombre de “Consenso de Washington” (cf. Documento de Trabajo del Sínodo (DTS), Desafíos a nuestro compromiso eclesial, pp. 9-10). En este terreno tienen la palabra los partidos y las ideologías políticas. Por eso está prohibido a los clérigos ejercer cargos del gobierno civil y participar activamente en partidos políticos (cf. Código de Derecho Canónico, nn. 285,3; 287,2). La Iglesia tiene una sola cosa que ofrecer a los hombres: nada más ni nada menos que la Palabra de Dios hecha carne, Jesucristo, el Salvador del mundo, quien nos ha revelado la verdad acerca de Dios y la verdad acerca del hombre. Por otra parte, sin embargo, esta verdad revelada acerca del hombre se refiere tanto a la dimensión individual como a la dimensión social del ser humano. La fe cristiana tiene consecuencias ineludibles en el terreno de la moral social. Por ende la Iglesia tiene valiosísimos principios orientadores para ofrecer en el área de los asuntos culturales, políticos y económicos, a tal punto que se puede afirmar que “no existe verdadera solución para la “cuestión social” fuera del evangelio” (Juan Pablo II, encíclica Centesimus Annus, n. 5; cf. n. 43).
“El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen Gentium, n. 31). No debemos confundir la secularidad del laico con el secularismo. Éste propone una visión dualista que disocia absolutamente los ámbitos público y privado de la vida del hombre, relegando a la religión únicamente a la esfera privada. Esta visión procede de un racionalismo que considera a la fe como un sentimiento irracional que desune a los hombres y que no tiene derecho de ciudadanía en el ámbito público, por ser éste el ámbito reservado a la mera racionalidad. No tenemos que dejar de ser cristianos al salir de nuestras casas o templos y entrar a las escuelas, los lugares de trabajo, el Parlamento, etc. Debemos actuar como cristianos siempre y en todo lugar, también en el ámbito político.

2. Los dos problemas políticos principales
El problema político principal del siglo XX podría sintetizarse aproximadamente en la siguiente pregunta: ¿Cuál debe ser el rol del Estado en la vida de la sociedad? Las distintas respuestas a esta cuestión suelen ser representadas gráficamente sobre un eje horizontal:
· En la extrema izquierda se ubica el socialismo colectivista, en el cual el Estado asume un rol totalitario.
· En la extrema derecha se ubica el liberalismo individualista, en el cual el Estado asume un rol mínimo.
· Entre ambos extremos se ubica toda una gama de posiciones más moderadas.
Desde la perspectiva de la fe cristiana existe un pluralismo político legítimo. Las propuestas políticas legítimas para un cristiano deben ser compatibles con los siguientes dos principios básicos de la doctrina social de la Iglesia:
· El principio de solidaridad, según el cual el Estado debe promover la justicia social, tutelando especialmente los derechos de los débiles y pobres (cf. Juan Pablo II, encíclica Centesimus Annus, nn. 10, 15).
· El principio de subsidiariedad, según el cual el Estado no debe sofocar los derechos del individuo, la familia y la sociedad, sino que debe promoverlos (cf. ídem, nn. 11, 15).
Si uno se mueve desde el centro hacia la derecha sobre el eje referido, llega un momento en que deja de respetar el principio de solidaridad. En cambio, si uno se mueve desde el centro hacia la izquierda, llega un momento en que deja de respetar el principio de subsidiariedad. Entre ambos puntos está la zona del pluralismo político legítimo.
Los conflictos políticos cotidianos se dan habitualmente entre las distintas posiciones existentes sobre este “eje horizontal”. Sin embargo, de vez en cuando determinados asuntos ponen de manifiesto otro problema político fundamental, que tal vez podría formularse así: ¿Cuál debe ser la actitud del Estado con respecto a la ley moral natural? Las distintas respuestas a esta segunda cuestión podrían ser representadas gráficamente sobre un eje vertical:
· En la parte superior ubicamos la respuesta que postula una actitud positiva del Estado hacia la ley moral natural. Aquí se inscribe la doctrina cristiana, ya que según ésta el Estado existe para buscar el bien común y esto sólo puede lograrse respetando el orden moral establecido por Dios en la naturaleza humana (cf. Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 74).
· En la parte central ubicamos la respuesta del liberalismo político, que postula una actitud neutral del Estado hacia la cuestión del bien y el mal.
· En la parte inferior ubicamos las respuestas radicales que postulan una actitud negativa del Estado hacia la ley moral.
Creemos que, por diversas razones, entre las cuales ocupa un lugar de primer orden el fracaso del sistema comunista, el “eje vertical” asumirá un papel cada vez más importante en la vida política de las sociedades del siglo XXI, llegando quizás a superar la notoriedad del “eje horizontal” (cf. Juan Pablo II, encíclica Centesimus Annus, n. 42). En el siguiente apartado procuraremos mostrar que esto ya está ocurriendo.

3. El choque de dos civilizaciones
Samuel Huntington ha alcanzado fama mundial mediante la siguiente tesis: la política internacional del siglo XXI estará dominada por el “choque de civilizaciones”, y especialmente por el choque entre las civilizaciones occidental e islámica. Por nuestra parte creemos que hay muchas y buenas razones para sostener que la principal amenaza a la paz mundial no será el choque entre el Occidente y el Islam, sino el choque de Occidente consigo mismo, su rebelión contra sus propias raíces.
En la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13,24-30.36-43) Jesucristo nos enseña que el Reino de Dios y el reino del diablo coexistirán y se enfrentarán entre sí hasta el fin del mundo, cuando Dios manifestará su juicio definitivo sobre cada ser humano, retribuyendo a cada uno en función de sus obras. Notemos que la pugna entre ambos reinos se produce no sólo en el nivel individual, sino también en el nivel social, tendiendo a constituir por una parte una civilización o cultura del amor y por otra parte una “anticivilización” o “cultura de la muerte” (cf. Juan Pablo II, Gratissimam sane, Carta a las familias, 2/02/1994, n. 13).
Si bien es cierto que esta pugna se ha dado siempre en toda sociedad humana desde el origen de la historia del pecado, cabe afirmar que ella ha adquirido una especial intensidad en nuestros días y en particular en nuestra civilización occidental. Ésta aparece hoy como una civilización dividida en dos: la civilización cristiana y la civilización secularista. Tanto en nuestra América como en la vieja Europa se enfrentan hoy claramente dos concepciones principales del hombre y del mundo, profundamente antagónicas entre sí.
Dado que la familia es la célula básica y fundamental de la sociedad humana, no es extraño que ella esté en el centro de la lucha entre las dos civilizaciones mencionadas. Los episodios de esta lucha se manifiestan con frecuencia cada vez mayor en muchos países: intentos (exitosos o no, según los casos) de legalización del aborto, la fecundación in vitro y la experimentación con embriones humanos, de reconocimiento legal de las uniones libres heterosexuales y homosexuales; embates consistentes contra la libertad de educación y la libertad de expresión acerca de temas morales etc. En la raíz del actual avance de la “cultura de la muerte” en el Occidente cristiano probablemente esté la introducción y la difusión del divorcio. En efecto, la legislación divorcista supone en el fondo que el ser humano es incapaz de amar de verdad, comprometiéndose realmente con otra persona para toda la vida, o bien asume que un amor así es una esclavitud destructiva.
Nuestra sociedad puede ser descripta como “sociedad del divorcio”, pues ha separado realidades que deben permanecer unidas o en fecunda relación. En efecto, ella se caracteriza no sólo por el divorcio entre marido y mujer, sino también por:
· El divorcio entre la fe y la razón (cf. Juan Pablo II, encíclica Fides et Ratio, nn. 45-48).
· El divorcio (y no la sana separación) entre la Iglesia y el Estado.
· El divorcio entre la moral, por un lado, y la ley civil, la economía, la ciencia y la tecnología, por otro lado.
· El divorcio entre la relación sexual y la procreación, mediante la anticoncepción y la fecundación artificial.
· El divorcio entre la naturaleza y la cultura en la “ideología de género”, de creciente importancia en todo el mundo.
Estos “divorcios” particulares tienen su primer principio en el “divorcio” fundamental entre el hombre y Dios, propio del ateísmo práctico, cuya primera consecuencia es el “divorcio” entre el hombre y su prójimo, propio del individualismo.
Ante esta penosa y peligrosa situación los cristianos debemos retomar cada día con nuevo ardor la gran tarea de la evangelización de la cultura, renovando la cultura cristiana y sembrando la buena semilla de la verdad cristiana en las familias, las empresas, los centros educativos, los medios de comunicación social, los partidos políticos, etc. Nuestra tarea política consiste en reconstruir en el seno de la sociedad los vínculos deshechos por la “cultura del divorcio”.


4. Tres modelos de organización del voto católico
Como nos recordó recientemente la Conferencia Episcopal Uruguaya, la acción política de los católicos debe ser regida por los tres principios básicos mencionados en esta célebre máxima de San Agustín: “Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, caridad en todo” (cf. Conferencia Episcopal Uruguaya, Católicos. Sociedad. Política. Documento pastoral y de trabajo de los Obispos para las Comunidades en el Año Electoral 2004, pp. 65-66).
· La unidad en lo necesario exige que nuestra lealtad primera y fundamental esté referida a Jesucristo y a la doctrina católica, tal como ésta es enseñada por el Magisterio de la Iglesia.
· La libertad en lo opinable supone que cada católico tiene plena libertad de opinión y de acción en todos los asuntos sobre los cuales la doctrina de la Iglesia no se pronuncia. Pero debe evitar presentar su opinión como la única cristianamente legítima (cf. Código de Derecho Canónico, can. 227; 212,1; 747,2).
· La caridad, forma de todas las virtudes, no puede dejar de informar también los actos políticos.
A continuación describiremos brevemente, en función de estos principios, tres modelos de organización del voto del pueblo católico:
· El primer modelo es el del partido político confesional “único”. Decimos “único” no porque implique la inexistencia de otros partidos, sino porque este partido confesional, con el apoyo explícito o implícito de la Jerarquía de la Iglesia, es considerado como el único que puede ser votado legítimamente por los ciudadanos católicos. Este modelo privilegia la unidad en detrimento de la libertad. En nuestro país hubo un intento de aproximación a este modelo a principios del siglo XX, mediante la creación de la Unión Cívica (cf. DTS, cap. 8, nn. 16-22).
· El segundo modelo es el de la pluralidad de partidos políticos, confesionales o no. Se reconoce de buen grado que cada ciudadano católico puede votar legítimamente a cualquier partido cuya propuesta sea sustancialmente compatible con la fe cristiana. Este modelo privilegia la libertad en detrimento de la unidad. En nuestro país se impuso después del Concilio y sigue aún vigente, predominando incluso la idea de que la época de los partidos confesionales ha pasado y de que los católicos deben insertarse en los partidos no confesionales para actuar “como levadura en la masa”.
Estos dos modelos se han enfrentado al siguiente dilema:
· La vida política cotidiana transcurre habitualmente en el “eje horizontal” y en este eje muchas veces hay menor distancia entre un católico y un no católico, ambos de centro-izquierda o ambos de centro-derecha, que entre dos católicos, uno de centro-derecha y otro de centro-izquierda. Así el primer modelo se ve sometido a una fuerza centrífuga que tiende a dividir al partido confesional según las distintas tendencias horizontales.
· La vida política tiene también un “eje vertical”, habitualmente oculto, pero siempre determinante. Ocurre normalmente que los partidos políticos no confesionales, organizados en función del “eje horizontal”, albergan posiciones muy heterogéneas con respecto al “eje vertical”. Cuando esto se pone de manifiesto, suele ocurrir que los ciudadanos católicos que han votado a partidos no confesionales por razones de afinidad en el “eje horizontal” perciben súbitamente que esos partidos (o algunos de sus sectores) traicionan radicalmente sus convicciones del “eje vertical”. Pero además suele ocurrir que los ciudadanos católicos entrevean que sus discrepancias en el “eje horizontal” son menos importantes que sus acuerdos en el “eje vertical”. Así el segundo modelo se ve sometido a una fuerza centrípeta que tiende a reconstituir un partido confesional.
Los defectos de ambos modelos han contribuido a la situación de gran debilidad política que sufren los católicos en el Uruguay (y en otros países). Proponemos ahora un tercer modelo que intenta combinar los principios de unidad y libertad de una manera más adecuada a la actual situación histórica. Nos referimos a una plataforma política cristiana “transversal”. Sus miembros, manteniendo su adhesión a distintos partidos políticos compatibles con la fe cristiana y su libertad de acción en los asuntos opinables, actuarían unidos (como si fueran un partido) en todas aquellas materias sobre las cuales la doctrina católica exige una postura definida. Esta plataforma política cristiana (que podría ser denominada, por ejemplo, “Cristianos por el Uruguay”) no sería un partido político y por lo tanto no participaría en las elecciones con listas propias. Se configuraría como una corriente de pensamiento y de acción política transversal a los partidos. En el Parlamento, la plataforma que proponemos podría funcionar de un modo análogo a la bancada feminista. Las legisladoras feministas pertenecen a distintos partidos, opinan y votan de un modo divergente en multitud de asuntos, pero convergen a la hora de defender lo que ellas entienden como derechos de la mujer.
Nuestra plataforma política cristiana, para ser una fuerza operativa, históricamente relevante, debería trascender la mera unidad teórica o doctrinal y llegar al plano de la acción. Esto requiere la forja de acuerdos mínimos para llevar los principios a la práctica, lo cual supone el cultivo de una cultura de cooperación. Ilustremos esto con un ejemplo: Todo católico debe rechazar la legalización del aborto, por lo cual debe apoyar alternativas al aborto. Pues bien, pensamos que los laicos católicos deberíamos evitar nuestra arraigada tendencia a sobrevalorar las diferencias de matices sobre aspectos secundarios y mostrarnos capaces de unirnos en torno a proyectos concretos de alternativas al aborto, aunque estos proyectos hagan opciones contingentes.
La plataforma “Cristianos por el Uruguay” tendría un “núcleo duro” católico, pero estaría abierta a cristianos de otras denominaciones y a también a creyentes no cristianos y no creyentes de buena voluntad, que reconozcan la vigencia de la ley moral natural.
Desde el punto de vista canónico, “Cristianos por el Uruguay” sería una asociación privada de fieles. Es decir que la Iglesia la reconocería como una asociación católica, pero que no actúa oficialmente en representación de la Iglesia, sino de un modo autónomo.
Terminaremos nuestra presentación con algunas conclusiones prácticas:
· La grave situación actual requiere que los fieles laicos salgamos cuanto antes de la apatía o la resignación política.
· Lo primero que debemos procurar es que los católicos conozcan la doctrina de la Iglesia y dejen de votar a candidatos y partidos cuyas propuestas la contradicen.
· La demanda para una fuerza política católica relevante existe; falta sólo organizarla y manifestarla.
· Es necesario que nos fijemos objetivos realistas y que trabajemos fraternalmente unidos para alcanzarlos.
· En el camino no faltarán dificultades ni persecuciones. Estemos dispuestos al sacrificio por el Reino de Cristo.

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 19 de marzo de 2005.

viernes, febrero 18, 2005

Identidad y protagonismo del laicado

1. El “modelo de laico” de nuestra pastoral
El protagonismo de los fieles laicos se desarrolla en la Iglesia y en el mundo (cf. Documento de Trabajo del Sínodo (DTS), Capítulo 8 - Identidad y protagonismo del laicado, nn. 56-65). Considerando las crecientes responsabilidades pastorales asumidas por muchos laicos en las últimas décadas, se plantea, entre otros, el problema del equilibrio entre las actividades intra-eclesiales y seculares de los llamados “laicos comprometidos” (cf. ídem, n. 198).
Nuestra reflexión sobre el modelo o ideal de laico implícito en muchas prácticas corrientes de nuestra pastoral arquidiocesana parte del siguiente texto: “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.” (Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen Gentium, n. 31).
Consideremos en primer lugar el protagonismo del laico dentro de la Iglesia. Según el DTS, “se expresa desde el presbiterio que “priorizamos la dimensión laical intraeclesial y nos cuesta ver el servicio del laico al mundo y el servicio al laico para esa animación”. (DTS, cap. 8, n. 165). Ejemplificaremos esta prioridad, que tiende a contradecir la doctrina del Concilio, con la siguiente cita: “Equilibrar nuestros tiempos, no dejar de hacer todo lo que podamos para contribuir a la Evangelización y no abandonar a la familia” (ídem, n. 133). Aquí se pierde de vista que la tarea evangelizadora del laico tiene un momento fundamental en la familia y que no basta con no abandonar a ésta. “Parecería que no se percibe con claridad que el modelo de laico activo en la parroquia no es el único de auténtico desempeño de la vocación y misión laical” (ídem, n. 219).
Constatamos pues que a menudo asumimos implícita o incluso inconscientemente un modelo desequilibrado, según el cual, dicho lisa y llanamente, los fieles laicos practicantes se dividen en dos categorías: una inferior, la de los que van a la iglesia básicamente sólo para la Misa dominical y para confesarse (los “fieles de Misa”), y otra superior, la de los que participan en pequeñas comunidades cristianas y/o se desempeñan de diversas maneras como agentes pastorales (los “laicos comprometidos”). Veamos dos ejemplos de esta concepción:
· “Son muchas las referencias en las que se considera “fundamental la participación en pequeñas comunidades o grupos –tanto de jóvenes como de adultos-...” (ídem, n. 76).
· “La concepción de la Parroquia como Comunidad de Comunidades constituye y significa una de las líneas centrales de la Pastoral de Conjunto en la Arquidiócesis de Montevideo y por ende de su proyecto eclesial.” (DTS, Cap. 4 – Parroquia, n. 124). Dado que esta frase está inserta en el apartado 2.9 (Pequeñas comunidades), no cabe duda acerca de cuál es el sentido primario de la expresión “comunidad de comunidades”. ¿Cuál es entonces el rol de los “fieles de Misa” en esta concepción? ¿Se trata sólo de “laicos comprometidos” en potencia?
Podemos captar el error de este modelo conceptual recordando algo obvio: los mandamientos de la Iglesia son cinco y ninguno de ellos exige la participación en una pequeña comunidad ni mucho menos en una función intra-eclesial. Sin duda la opción pastoral de promover estas formas de participación es justa y necesaria, pero no debemos cometer el error de fijar metas irreales, porque éstas no se podrán cumplir y conducirán necesariamente a innecesarias frustraciones. Por múltiples razones es imposible que todos los fieles laicos sean durante todo el tiempo miembros de pequeñas comunidades o agentes pastorales. Y, en buena ontología, lo que es imposible no puede ser bueno. Es obligación de la Iglesia promover las pequeñas comunidades, pero no es obligación de cada laico individual participar en una de ellas. Cada uno deberá decidir en conciencia si, en sus circunstancias concretas, esto resulta conveniente o no.
Por otra parte, se plantea el problema de una posible “clericalización” de los “laicos comprometidos” (cf. DTS, cap. 8, n. 108). En este caso partiremos de la siguiente cita: “Los laicos que sean considerados idóneos tienen capacidad de ser llamados por los sagrados Pastores para aquellos oficios eclesiásticos y encargos que pueden cumplir según las prescripciones del derecho.” (Código de Derecho Canónico (CDC), can. 228,1).
Los oficios eclesiásticos y encargos pastorales asumidos por laicos suponen una vocación particular enmarcada dentro de la vocación laical (cf. DTS, cap. 8, n. 197), por lo cual en principio debe ser posible compatibilizar ambas vocaciones. Hay pues una “clericalización” lícita y una “clericalización” ilícita de los fieles laicos (por así decir). La “clericalización” ilícita se dará cuando la dedicación a las tareas eclesiásticas sea de tal magnitud que atente contra la esencia misma de la identidad del laico. ¿Dónde se encuentra la barrera que el laico no debe franquear?
Antes de contestar esta pregunta, consideremos el protagonismo del laico en el mundo. Las siguientes citas pretenden mostrar que, también en este aspecto, el modelo conceptual predominante en muchas de nuestras prácticas pastorales está (a nuestro juicio) algo distorsionado:
· “El lugar específico del laico es la profesión, la familia, el trabajo, el tiempo libre, el mundo de las relaciones, el barrio, el sindicato, la universidad, la vida cotidiana. Su misión está en la economía, la política, la educación, los medios de comunicación, la sociedad y el mundo... “Falta de tiempo disponible para una mayor participación en los distintos ámbitos” que “dificulta el compromiso y la participación.” (ídem, n. 97).
· “La experiencia propia del laico “de vivir en el mundo, lo dispersa por muchos ámbitos”. Entre ellos se destacan: Experiencias cooperativas, Comisiones de Fomento, Comedores, Merenderos, Nodos de trueque, Organizaciones barriales, Sindicatos, Juntas vecinales, diferentes instituciones públicas o privadas.” (ídem, n. 112).
Al parecer se tiende a pensar que el “laico comprometido” (el laico ideal) debería actuar como militante en su partido político, en su sindicato, en una ONG, en una organización barrial etc. etc. Si bien también es justo y necesario promover estas formas de participación, aquí nos enfrentamos de nuevo con metas o expectativas poco razonables. Dadas las condiciones de la vida moderna y la tendencia a una menor participación en ciertas áreas de la vida social, es prácticamente imposible que nuestro pobre “laico comprometido”, sobrecargado ya por sus múltiples compromisos eclesiales, familiares y laborales, multiplique sus esfuerzos para participar en todos esos ámbitos seculares. Lo que es una obligación para el laicado en su conjunto (participar cristianamente en los partidos políticos, los sindicatos, etc.) no puede ser una obligación para cada laico individual. Éste deberá decidir, en conciencia, cuáles son sus obligaciones en función de su situación concreta (tiempo libre, inclinaciones, talentos, oportunidades, etc.). Como escribió el Beato Papa Juan XXIII: “Haz el bien que puedas hacer, que es el único obligatorio”.
Volvamos ahora a la cuestión planteada antes: ¿Cuáles son los aspectos esenciales de la identidad del laico, los cuales no deben ser descuidados a causa de sus compromisos pastorales? A nuestro juicio, para la gran mayoría de los laicos, los aspectos esenciales son dos: la familia y el trabajo. Recientemente la Iglesia de Montevideo asignó una alta prioridad a la pastoral familiar y además el Sínodo Arquidiocesano está reflexionando abundantemente sobre esta área en su Tema 3 (“Familia y sacramento del Matrimonio”). Sería adecuado que en el marco del Tema 8 nos detuviéramos más en el otro aspecto básico: el trabajo (profesional o doméstico). La evangelización del mundo de la empresa y el trabajo es quizás el área más descuidada de toda nuestra acción pastoral.
Pues bien, nuestra tesis es que la participación de un laico individual en actividades pastorales puede hacerse a expensas de su militancia en un partido político, un sindicato, etc. pero no puede hacerse a expensas de un daño grave a los dos ámbitos nucleares de su identidad laical: la familia y el trabajo. Cuando la familia o el trabajo sufren gravemente a causa de dicha participación estamos ante un caso de “clericalización” ilícita.
Terminaremos este capítulo con una exhortación a los fieles laicos a no caer en la tentación del activismo. No necesitamos estar en todas partes a la vez. En definitiva, para dar mucho fruto necesitamos permanecer en un solo lugar: en el Corazón de Cristo.

2. La formación del laico
“Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y condición de cada uno.” (CDC, can. 229,1).
“La formación es reconocida por todos como uno de los instrumentos que aumenta las posibilidades de manera más intensa en la comunidad cristiana.” (DTS, cap. 8, n. 141). Mejorar la formación de los laicos -por ejemplo en lo relativo a ciertos temas conflictivos de actualidad- es una tarea importante y urgente (cf. ídem, n. 168). Es necesario que, además de la formación propia de la iniciación cristiana, los laicos tengan oportunidades de recibir una formación continua (cf. ídem, n. 233).
La Arquidiócesis cuenta con varios institutos y cursos dedicados a la formación teológica de los fieles laicos. Proponemos continuar y profundizar los esfuerzos realizados en esa dirección, procurando llevar esta formación en primer término a todos los catequistas y otros agentes pastorales laicos. También proponemos utilizar más y mejor los medios de comunicación social con una finalidad formativa y fortalecer la dimensión de formación doctrinal en la educación católica. Por último proponemos que todas las iniciativas de formación enfaticen la credibilidad de la fe cristiana. Creemos que se necesita una “nueva apologética”, sin excesos polémicos ni tendencias racionalistas (cf. ídem, 221).

3. Los católicos alejados de la Iglesia
En primer lugar mencionaremos algunos datos tomados de un libro acerca de la religiosidad de los montevideanos publicado no hace muchos años :
· En función de la autodefinición religiosa, los católicos somos mayoría relativa en Montevideo (48%).
· Muchos católicos no creen en dogmas cristianos básicos como la divinidad de Jesucristo o la resurrección de los muertos.
· Sólo el 38% de los católicos se consideran vinculados a la Iglesia Católica.
· Aparentemente los católicos “practicantes” seríamos a lo sumo un 20% del total de católicos (cf. ídem, nn. 103-105, 199).
· Muchos católicos se han apartado de la doctrina moral de la Iglesia, sobre todo en lo relativo al divorcio y las relaciones sexuales prematrimoniales.
Proponemos que la Iglesia Católica en Montevideo avance en el sentido de la nueva evangelización impulsada por el Papa Juan Pablo II, por medio de un mayor énfasis en los siguientes elementos esenciales de la vida cristiana:
· La constante proclamación de los principales misterios de la fe.
· El encuentro personal con Jesucristo vivo, único Camino hacia Dios Padre.
· La Iglesia, misterio de comunión entre Dios y los hombres.
· La vocación universal a la santidad.
· La Misa dominical como centro de la vida cristiana.
· Los medios de crecimiento de la vida cristiana (oración, lectura de la Biblia, sacramentos etc.).
· La evangelización de las familias.
· La enseñanza de los aspectos morales de la vida cristiana.
· La evangelización de la cultura.
· La defensa y propagación de la fe.
· La renovación de las comunidades cristianas.

4. Los no católicos
En primer lugar mencionaremos algunos datos tomados del mismo libro al que aludimos antes:
· Un 10% de los montevideanos son muy propensos a creer en supersticiones, cábalas y prácticas anticipatorias del futuro. Otro 30% manifiesta una propensión menor al ocultismo.
· Los ateos son el 14% de los montevideanos en general y el 24% de los jóvenes. El ateísmo es la postura más frecuente ante el “problema religioso” después del catolicismo. Los agnósticos son el 2,6% del total y los deístas el 8,3%.
· El 11% de los encuestados creen en la reencarnación.
· El 4,3% del total (y el 10% de los jóvenes) participa frecuentemente en cultos afro-brasileños. El 20% de la población ha asistido por lo menos una vez a esos cultos. La Umbanda ocupa el tercer puesto en función de la cantidad de personas “vinculadas” a las organizaciones religiosas (1,5%).
· Hay un 13% de cristianos no católicos. Si bien dentro de este grupo hay “cristianos sin Iglesia” y miembros de iglesias protestantes históricas, es probable que la mayoría pertenezca a nuevos grupos evangélicos o pentecostales. El 2,1% de los montevideanos (y el 4% de los jóvenes) participan frecuentemente en cultos pentecostales. Un 4,8% de la población ha asistido al menos una vez a esos cultos. En función de la cantidad de personas “vinculadas”, las Iglesias Evangélicas ocupan el segundo puesto con el 1,7% y los Testigos de Jehová ocupan el cuarto puesto con el 1,0%.
· La Iglesia es vista como una organización filantrópica: La gran mayoría opina que el cometido principal de la Iglesia Católica es ayudar a los pobres y necesitados o combatir la injusticia defendiendo los derechos de las personas.
Ante esta situación, proponemos en primer lugar los mismos remedios que en el punto anterior y en segundo lugar un mayor énfasis en los siguientes elementos:
· El anuncio gozoso de Jesucristo como único Salvador.
· Un testimonio cristiano entusiasta, razonable, comprometido y coherente.
· El combate contra las sectas.
· El rechazo radical de las creencias mágicas y supersticiosas.

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 19 de marzo de 2005.

jueves, febrero 17, 2005

Educación católica

Antes de presentar y fundamentar brevemente algunas propuestas acerca de la educación católica, estableceremos nuestra premisa básica por medio de la siguiente cita:
“Compete al Obispo diocesano el derecho de vigilar y visitar las escuelas católicas establecidas en su territorio, aun las fundadas y dirigidas por miembros de institutos religiosos; asimismo le compete dictar normas sobre la organización general de las escuelas católicas; tales normas también son válidas para las escuelas dirigidas por miembros de esos institutos, sin perjuicio de su autonomía en lo que se refiere al régimen interno de esas escuelas.” (Código de Derecho Canónico (CDC), can. 806,1).

1. Los docentes y directores
“La enseñanza y educación en una escuela católica debe fundarse en los principios de la doctrina católica; y han de destacar los profesores por su recta doctrina e integridad de vida” (CDC, can. 803,2). De los profesores de religión y catequistas se exige además que destaquen “por el testimonio de su vida cristiana” (CDC, can. 804,2).
Sin embargo en el del Documento de Trabajo del Sínodo (DTS) se afirma que en los colegios y liceos católicos de Montevideo se dan las siguientes deficiencias:
· Existen muchos docentes no católicos, no sólo en las diversas asignaturas sino incluso entre los catequistas y agentes pastorales (cf. DTS, Capítulo 1 – Catequesis y sacramentos de la Iniciación Cristiana, n. 202; Capítulo 6 - Educación católica, nn. 61, 67).
· Existen muchos docentes (incluso catequistas) que, si bien son católicos, carecen de una formación religiosa adecuada o no tienen interés en contribuir a la evangelización (cf. DTS, cap. 1, n. 202; cap. 6, nn. 55, 57, 58, 60, 61, 69, 72).
· “En muchos casos, el Director no asume su rol evangelizador por falta de vida de fe y formación sistemática en la misma.” (DTS, cap. 6, n. 72; cf. nn. 57, 58).
Estas carencias producen las siguientes consecuencias negativas, mencionadas en el mismo DTS:
· Falta de integración o incluso contradicciones entre lo transmitido en los espacios destinados directamente a la educación religiosa y moral y las demás asignaturas (cf. DTS, cap. 6, nn. 53, 55, 56, 57, 58, 59, 60, 66).
· Debilitamiento de la identidad católica de algunos centros educativos (cf. DTS, cap. 1, n. 202; cap. 6, nn. 55, 61, 69, 70, 71, 72).
Entre las causas de esta situación destacamos la existencia de un cuasi monopolio estatal de la formación docente en el Uruguay. La mayoría de los docentes de las instituciones católicas de enseñanza provienen de los centros de formación docente del Estado, donde reciben una formación marcada decisivamente por ideologías incompatibles por la fe cristiana (cf. DTS, cap. 6, nn. 55, 58, 69).
Ante esta alarmante situación, proponemos:
a) Que el Sínodo dirija una apremiante exhortación a los responsables de los centros educativos católicos de la Arquidiócesis a fin de que todos los directivos y docentes contratados de ahora en adelante sean católicos que destaquen por su recta doctrina e integridad de vida y de que se sustituya a la brevedad posible a quienes incumplan dicha condición de forma grave, continua y notoria, poniendo especial cuidado en proceder con justicia, según las circunstancias.
b) Que la Vicaría de Educación organice procedimientos para aplicar lo establecido en los siguientes cánones del CDC:
· Can. 805: “El Ordinario del lugar, dentro de su diócesis, tiene el derecho a nombrar o aprobar los profesores de religión, así como de remover o exigir que sean removidos cuando así lo requiera una razón de religión o moral.”
· Can. 565; 567,1; 572 (acerca del nombramiento y la remoción de los capellanes; nos referimos aquí solamente a los capellanes de los colegios católicos).
c) Que, en el marco de las potestades del Obispo diocesano reconocidas por el can. 806,1 del CDC, se establezca una norma que detalle el procedimiento que se ha de seguir para el nombramiento de los Directores y los Coordinadores de Pastoral de los colegios y liceos católicos y las condiciones que deben cumplir quienes ocupen cargos directivos, los profesores de religión y los catequistas, poniendo espacial énfasis en su formación teológica y pastoral (cf. DTS, cap. 6, nn. 121, 122, 127).
Con respecto a la formación doctrinal de los catequistas de colegios, recordamos las propuestas efectuadas en nuestra contribución al tema de la catequesis (1). Hacemos extensivas esas propuestas a los profesores de religión.
d) Que se promueva la creación de uno o varios centros católicos de formación y perfeccionamiento docente.
e) Que se potencie la acción del Instituto Arquidiocesano de Pastoral Educativa, asignándole la mayor cantidad posible de recursos a fin de que pueda multiplicar sus tareas de formación de los agentes de pastoral educativa (cf. ídem, nn. 19-22, 111).
f) Que se multipliquen las instancias de apoyo a la formación cristiana y al crecimiento de la vida cristiana de los docentes de los centros educativos católicos.

2. Asignatura de Religión y Catequesis
El alumnado de los colegios y liceos católicos de Montevideo es heterogéneo desde el punto de vista religioso. Hay alumnos católicos y alumnos no católicos. Entre los católicos, los hay practicantes y no practicantes. Algunos alumnos están sumidos en la indiferencia religiosa y otros sufren el influjo de sectas o nuevos movimientos religiosos. Muchos de los alumnos católicos tienen una escasa formación doctrinal, no se sienten pertenecientes a la Iglesia o no viven de acuerdo con las normas de la moral católica. Incluso entre los alumnos católicos, no todos concurren al colegio o liceo católico por motivos religiosos (cf. ídem, nn. 49, 55, 56, 61, 62, 69, 134).
Creemos necesario que los centros educativos católicos aborden de forma diferenciada las diversas situaciones religiosas de sus alumnos, por lo cual proponemos que, en el marco de las potestades del Obispo diocesano reconocidas por el can. 806,1 del CDC, se establezca una norma que recoja los siguientes principios (cf. DTS, cap. 6, n. 38):
· La catequesis es una iniciación a la vida cristiana que requiere la fe cristiana. La fe es un acto libre, que no cabe presuponer ni imponer, sino sólo proponer a los alumnos, con amor, constancia y sabiduría. Por consiguiente la catequesis propiamente dicha de los centros educativos católicos será una actividad extracurricular, reservada a los alumnos católicos y opcional incluso para éstos. Esta opción existirá en todos los centros y para todos los grados.
· Por otra parte, los centros educativos católicos tienen el derecho y el deber de anunciar el Evangelio de Jesucristo y de enseñar la religión cristiana a todos sus alumnos, católicos o no. Por consiguiente, en cada uno de esos centros, en todos los grados, habrá una asignatura curricular obligatoria dedicada a la enseñanza sistemática de la doctrina cristiana.
· Las demás actividades pastorales dirigidas a los alumnos serán extracurriculares, opcionales y estarán abiertas a todos los alumnos (católicos y no católicos).
Además proponemos:
a) Que se elaboren programas y manuales comunes de formación religiosa y de catequesis para los colegios y liceos católicos de Montevideo, basados principalmente en el Catecismo de la Iglesia Católica y su futuro Compendio.
b) Que la Vicaría de Educación organice un procedimiento para aplicar el can. 827, 2 del CDC, referido a la aprobación eclesiástica de los libros de texto sobre cuestiones religiosas o morales empleados en las escuelas católicas.
c) Que se realicen las gestiones pertinentes ante las autoridades educativas nacionales a fin de lograr que la asignatura de religión sea evaluable.
d) Que se dé alta prioridad a la adecuada formación de los profesores de religión, por ejemplo por medio del Instituto Superior de Ciencias Religiosas.

3. La participación de los padres
“Es necesario que los padres cooperen estrechamente con los maestros de las escuelas a las que confían la formación de sus hijos; los profesores, a su vez, al cumplir su encargo, han de trabajar muy unidos con los padres, a quienes deben escuchar de buen grado, y cuyas asociaciones o reuniones deben organizarse y ser muy apreciadas”. (CDC, can. 796,2; cf. DTS, cap. 6, nn. 97-100).
Hoy en general la participación de los padres de los alumnos en los colegios y liceos católicos en la labor educativa es bastante escasa. Existe una crisis de la familia, que afecta también a muchas familias cristianas, por lo cual muchos padres han dejado de cumplir su misión de principales educadores en la fe de sus hijos (cf. DTS, cap. 6, nn. 28, 48, 62, 71). La tarea más urgente es evangelizar a las familias, para que éstas actúen como eslabones naturales en la cadena de transmisión de la fe católica entre las generaciones.
Por tal motivo, reiteramos aquí nuestra propuesta referida a un proyecto experimental a gran escala de la "catequesis familiar" (2) (cf. ídem, n. 40). Según lo dicho antes, la catequesis familiar estaría reservada a las familias católicas de alumnos católicos.
Además proponemos que las asociaciones de padres de alumnos de los colegios católicos asuman como máxima prioridad el apoyo a la misión de los padres como primeros educadores de sus hijos, fomentando la integración de los padres al proyecto educativo del colegio y desarrollando actividades como la “escuela de padres”, instancias de formación cristiana etc. (cf. ídem, nn. 46, 133).

4. La libertad de educación
“Es necesario que los padres tengan verdadera libertad para elegir las escuelas; por tanto, los fieles deben mostrarse solícitos para que la sociedad civil reconozca esta libertad de los padres y, conforme a la justicia distributiva, la proteja también con ayudas económicas.” (CDC, can. 797; cf. DTS, cap. 6, nn. 101-103).
“Deben esforzarse los fieles para que, en la sociedad civil, las leyes que regulan la formación de los jóvenes provean también a su educación religiosa y moral en las mismas escuelas, según la conciencia de sus padres.” (CDC, can. 799).
Si bien el Artículo 68 de la Constitución de la República garantiza la libertad de educación, se dan de hecho varias graves deficiencias:
· La regulación estatal de la educación privada primaria y media va mucho más allá de lo permitido por la Constitución. Las escuelas y liceos privados habilitados deben atenerse a los planes de estudio oficiales y a los programas oficiales para cada asignatura. Además, los inspectores estatales controlan la labor de sus docentes, cuidando especialmente el cumplimiento de dichos planes y programas.
· El organismo regulador de la educación privada primaria y media es su misma competidora (la Administración Nacional de Educación Pública - ANEP), que es por ende juez y parte a la vez en este asunto.
· La educación brindada por las instituciones estatales de enseñanza es secularista. Los uruguayos pobres (salvo los pocos que reciben becas) no tienen una alternativa real a la oferta educativa del Estado. La evangelización en el ámbito familiar, parroquial etc. no sustituye a una educación católica integral.
· La educación privada no recibe subsidios del Estado. Éstos benefician sólo a la ANEP, satisfaciendo solamente los intereses del colectivo secularista y castigando con la necesidad de un doble pago (impuestos y precio) a los demás colectivos, incluyendo a los católicos. Esta injusta distribución de los subsidios estatales a la educación ha causado una situación en la que gran parte de los padres que desearían enviar a sus hijos a colegios católicos no puedan hacerlo por motivos meramente económicos. Esto ha provocado el cierre de varios colegios católicos en los últimos años (cf. DTS, cap. 6, nn. 28, 32-33, 65, 71; ídem, Anexo, cuadro 6, Evolución de la matrícula).
Por consiguiente proponemos:
a) Que el Sínodo emita una declaración sobre la libertad de educación, enunciando la doctrina católica al respecto, invitando a las autoridades nacionales a dialogar con la Iglesia sobre esta materia y proponiendo un plan de acción con pasos concretos para avanzar gradualmente hacia una plena libertad de educación en nuestro país.
b) Que se promueva una limitación de la regulación estatal de la educación privada primaria y media, a fin de ajustarla a lo establecido en la Constitución Nacional.
c) Que se impulse la sustitución de la ANEP por el Ministerio de Educación y Cultura como órgano regulador de la educación primaria y media, análogamente a lo que ocurre ya en la educación terciaria.
d) Que se promueva (en forma concertada con las principales instituciones religiosas del país) la inclusión de diversas opciones de formación religiosa o moral en los centros educativos de gestión estatal.
e) Que se promueva el principio según el cual el modelo de gestión (privada o estatal) de las instituciones de enseñanza no debería ser uno de los criterios determinantes de la distribución de los subsidios estatales a la educación.
Por último recordamos aquí nuestra propuesta de creación de una Fundación Pro Educación Católica (3).

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 12 de marzo de 2005.

Notas:
1) Cf. Daniel Iglesias, Contribución al Tema 1: Catequesis y sacramentos de la iniciación cristiana, IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 5/03/2005, n. 2.

2) Cf. Daniel Iglesias, Contribución al Tema 1: Catequesis y sacramentos de la iniciación cristiana, IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 5/03/2005, n. 6.

3) Cf. Daniel Iglesias, Contribución al Tema 3: Familia y sacramento del Matrimonio, IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 5/03/2005, n. 7.

miércoles, febrero 16, 2005

Parroquia

1. Los párrocos

La cura pastoral de una parroquia, “bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio” (Código de Derecho Canónico (CDC), can. 515,1). “Para que alguien pueda ser designado párroco válidamente debe haber recibido el orden sagrado del presbiterado.” (ídem, can. 521,1). “Si, por escasez de sacerdotes, el Obispo diocesano considera que ha de encomendarse una participación en el ejercicio de la cura pastoral de la parroquia a un diácono o a otra persona que no tiene el carácter sacerdotal, o a una comunidad, designará a un sacerdote que, dotado de las potestades propias del párroco, dirija la actividad pastoral." (ídem, can. 517,2).
Sin embargo, el Documento de Trabajo del Sínodo (DTS) afirma lo siguiente:
“No todas las parroquias de Montevideo cuentan con un párroco, ya que algunas son atendidas desde otra parroquia, otras están a cargo de comunidades de religiosas y también existen aquellas en las que se ha encargado su conducción pastoral a diáconos permanentes. Estas modalidades son valoradas positivamente por las comunidades consultadas, y aparecen como experiencias a estudiar y profundizar en el futuro.” (DTS, Capítulo 4 - Parroquia, n. 34).
Manifestamos nuestra discrepancia con esta valoración positiva y con la idea de profundizar esta experiencia. La carencia de párrocos no es una oportunidad providencial para experimentar nuevas formas de organización pastoral en las parroquias, sino un grave problema que se debe procurar solucionar lo antes posible. El párroco no es prescindible en la Parroquia.
Por lo tanto proponemos que a la brevedad posible se nombre un párroco en cada parroquia de la Arquidiócesis que carezca de uno. Además proponemos que, en el ínterin, se designe a sacerdotes para dirigir la actividad pastoral de esas parroquias, según prevé el derecho canónico. Gracias a Dios, en Montevideo el número de los presbíteros es mayor que el de las parroquias, por lo cual en principio estas propuestas deberían ser factibles.

2. Las zonas pastorales

“Toda diócesis o cualquier otra Iglesia particular debe dividirse en partes distintas o parroquias. Para facilitar la cura pastoral mediante una actividad común, varias parroquias cercanas entre sí pueden unirse en grupos peculiares, como son los arciprestazgos.” (CDC, can. 374).
En la Iglesia universal existen diversos nombres para designar estos grupos de parroquias (arciprestazgos, vicariatos foráneos, decanatos etc.). En nuestra Arquidiócesis este rol es cumplido por las zonas pastorales (cf. DTS, cap. 4, n. 56).
Según el DTS, “se plantea la necesidad de revisar y reformar la actual distribución territorial de zonas pastorales, por resultar claramente inadecuada para la actual estructura y funcionamiento de la ciudad y también para los recursos humanos y materiales de la Arquidiócesis” (ídem, n. 147). Apoyando este planteo, proponemos dividir la Arquidiócesis en sólo cuatro o cinco zonas pastorales (por ejemplo fusionando de a dos o tres las actuales zonas para conformar las nuevas zonas Centro, Oeste, Noreste y Sureste), a fin de aligerar la sobrecargada estructura organizativa de la Arquidiócesis, facilitar su correcto funcionamiento y constituir zonas pastorales más heterogéneas, en las que las parroquias con mayores recursos puedan colaborar más estrechamente con las de menores recursos.
Además proponemos centralizar en las zonas pastorales los servicios más especializados (como podrían ser tal vez el catecumenado de adultos, la catequesis para discapacitados intelectuales etc.).
Por último proponemos que se establezca explícitamente la asimilación de las zonas pastorales a los arciprestazgos, por lo cual correspondería aplicar a los presbíteros responsables zonales (cf. ídem, nn. 66-71; 186-204) las normas referidas a los arciprestes (cf. CDC, can. 553-555).
En cuanto a los vicarios episcopales territoriales, si a cada uno de ellos le fuera asignada una de las nuevas zonas pastorales, sería lógico que coincidieran con los presbíteros responsables zonales (cf. DTS, cap. 4, n. 189).

3. La red de parroquias

En los últimos 40 años la red de parroquias de la Arquidiócesis de Montevideo ha crecido poco (cf. ídem, n. 6) y tampoco su red de iglesias, capillas y oratorios ha tenido un crecimiento importante (el nuevo Santuario de Tres Cruces es una de las más hermosas excepciones). No obstante, durante este mismo período la estructura demográfica de Montevideo ha cambiado mucho, produciéndose así un desfasaje entre esta estructura y las redes mencionadas. Esto se nota sobre todo en las zonas periféricas de la ciudad y los grandes conjuntos habitacionales que carecen de un centro de culto católico, mientras en esas mismas áreas proliferan los centros de culto de sectas protestantes.
Por tal motivo proponemos que en el nivel arquidiocesano se utilice un sistema de información geográfica (un mapa digital de Montevideo asociado a una base de datos censales) como herramienta auxiliar para optimizar la planificación de las redes de parroquias y de centros de culto (localizaciones, límites, etc.) en función de criterios cuantitativos (cf. ídem, n. 148).

4. La liturgia

Nuestras celebraciones litúrgicas suelen mostrar signos de descuido: equipos de audio que funcionan mal, lectores que no leen bien, cantos mal elegidos, coros o intérpretes que desafinan, homilías rutinarias o improvisadas, etc. (cf. ídem, nn. 102-104).
Por tal motivo proponemos que:
a) Se exhorte a los sacerdotes y los equipos de liturgia a preparar esmeradamente todos los aspectos de las celebraciones litúrgicas, sobre todo las Misas dominicales.
b) Se ofrezca todos los años un curso de homilética para presbíteros y diáconos.
c) Se ofrezca todos los años un curso de música sacra para músicos y cantores de parroquias.
d) Se confíe en cada parroquia los ministerios del lectorado y el acolitado a fieles laicos debidamente formados (cf. ídem, n. 152).

5. La relación de las parroquias con los fieles y demás vecinos

Las parroquias de Montevideo suelen ser lugares poco acogedores a primera vista:
· Algunos signos de esta realidad son los templos cerrados detrás de rejas cerradas, las casas parroquiales cerradas, las oficinas parroquiales con escaso horario de atención al público y los teléfonos de parroquias que no responden las llamadas o que las responden sólo con mensajes grabados. En cambio muchos puntos de presencia de las sectas (estratégicamente ubicados) están habitualmente abiertos y cuentan con personas encargadas de recibir a los visitantes.
· Los servicios disponibles y las actividades existentes en el seno de la parroquia suelen ser poco conocidos por los fieles y demás vecinos del barrio.
· La crisis de los sacramentos de curación (reconciliación y unción de los enfermos) no se debe sólo a una escasez de "demanda" por parte de los fieles, sino también a una escasez de "oferta" por parte de los sacerdotes.
· Es bastante infrecuente que representantes de la parroquia salgan al encuentro de los fieles o vecinos del barrio. Por lo general se espera pasivamente que éstos se acerquen a la parroquia. En cambio las sectas suelen practicar las visitas puerta a puerta con fines de proselitismo.
Por tal motivo proponemos que:
a) Se organicen sistemas de voluntarios para extender los horarios en los cuales los templos y las oficinas parroquiales permanecen abiertas.
b) Se dé amplia difusión a los servicios y actividades de las parroquias a través de folletos, páginas web etc.
c) Se prohíba desarrollar en los locales parroquiales actividades incompatibles con los fines religiosos de la parroquia.
d) Se cree un curso orientado a mejorar la capacitación de los encargados de los despachos parroquiales, atendiendo los aspectos teológicos, pastorales y canónicos propios de su función.
e) Se establezcan horarios diarios para confesiones y horarios semanales para unciones de los enfermos y se les dé amplia difusión.
f) Se realicen misiones permanentes para recorrer periódicamente puerta a puerta todas las viviendas de la parroquia, organizándolas de tal modo que la ocasión de la visita domiciliaria se aproveche para obtener resultados pastorales fructíferos (cf. ídem, nn. 154-156).

6. Los desafíos pastorales de las parroquias

Las parroquias de Montevideo enfrentan actualmente grandes desafíos pastorales que intentaremos resumir en los siguientes puntos:
· El avance del ateísmo, el agnosticismo, la indiferencia religiosa y el secularismo.
· La influencia creciente de ideologías incompatibles con el dogma y la moral cristianas (materialismo, individualismo, relativismo, utilitarismo etc.).
· La expansión de sectas protestantes fundamentalistas, del umbandismo y de nuevos movimientos religiosos pertenecientes a la corriente de la New Age.
· La insuficiencia de las relaciones interpersonales en las grandes comunidades, donde se da un cierto anonimato de los fieles.
· La gran heterogeneidad de las situaciones personales y las necesidades religiosas de los fieles que viven dentro de la jurisdicción de la parroquia territorial.
Por tales motivos proponemos las siguientes orientaciones para las parroquias:
a) Promover las pequeñas comunidades, en lo posible compuestas por matrimonios o familias completas (cf. ídem, nn. 122-142).
b) Promover una actitud de apertura y cooperación con los colegios católicos, las organizaciones no gubernamentales católicas, los movimientos eclesiales etc.

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 12 de marzo de 2005.

Familia y sacramento del Matrimonio

1. La formación de los agentes de pastoral familiar

A veces los agentes de la pastoral familiar carecen de la necesaria formación teológica (cf. Documento de Trabajo del Sínodo (DTS), Capítulo 3 - Familia y sacramento del Matrimonio, n. 23).
Proponemos que a quienes desempeñan el ministerio de la catequesis prematrimonial en la Arquidiócesis (al igual que a los catequistas de la iniciación cristiana) se les exija una formación teológica mínima equivalente a un curso de 80 horas de síntesis teológica, en el cual se utilice como libro de texto principal el Catecismo de la Iglesia Católica. Naturalmente, tendría que haber un período de transición para permitir la actualización de todos los catequistas que inicialmente no cumplan ese requisito. Además proponemos que se estimule a todos los agentes de pastoral familiar a recibir al menos un año de formación específica en temas de familia en el Instituto Pastoral de la Familia (cf. ídem, n. 61).

2. Los contenidos de la catequesis pre-matrimonial

“Las distintas parroquias ofrecen programas de preparación al matrimonio con duraciones y contenidos diversos. Algunas parroquias establecen requisitos de formación demasiado pobres.” (ídem, n. 25).
Proponemos que en el año 2006 el Instituto Pastoral de Catequesis y el Instituto Pastoral de la Familia (IPF) preparen un manual de catequesis prematrimonial, concebido como texto de apoyo de un curso con una duración de ocho encuentros semanales de una hora y media cada uno. Dicho manual abarcaría los aspectos básicos dogmáticos, morales, litúrgicos, canónicos, psicológicos, médicos, etc. atinentes al sacramento del matrimonio. Podría contener recomendaciones pedagógicas y metodológicas, pero no detallaría paso a paso el desarrollo de cada uno de los encuentros (cf. ídem, n. 66).
Además proponemos que en el año 2007 se aplique este nuevo curso modelo de catequesis prematrimonial en un mínimo de una parroquia por zona pastoral. La expansión de este modelo al resto de las parroquias dependería de la evaluación de los resultados obtenidos en la experiencia piloto (cf. íbidem).

3. Subsidios para la pastoral familiar

“Escasean los subsidios sencillos para alimentar la fe de las familias y acompañar su camino de vida cristiana” (ídem, n. 35).
Proponemos que la Vicaría para la Familia, con el apoyo del IPF, edite cada dos meses un folleto de cuatro páginas acerca de algún aspecto de la vida de las familias cristianas y lo distribuya entre todos los grupos de pastoral familiar de la Arquidiócesis. Proponemos además que los primeros folletos traten los siguientes temas: indisolubilidad del matrimonio, relaciones sexuales prematrimoniales, aborto, eutanasia, fecundación in vitro, justicia social (cf. ídem, nn. 53-54).

4. Centro Arquidiocesano de Servicio a las Familias

Proponemos crear a la brevedad posible, en dependencia de la Vicaría para la Familia, un Centro Arquidiocesano de Servicio a las Familias o Consultorio Familiar Católico (cf. ídem, n. 84).
“Éste sería un Centro de escucha y acogida, atendido por un equipo de profesionales voluntarios (abogados, psicólogos, médicos, asistentes sociales, consejeros familiares, expertos en derecho canónico, expertos en métodos naturales de regulación de la natalidad etc.) aptos para brindar servicios gratuitos de consejería familiar, mediación, atención de problemas de violencia doméstica, [de adicciones] etc. También brindaría servicios de capacitación a agentes de la pastoral familiar y a otras personas interesadas en estas materias.” (íbidem, lit. d).
“Mediante este Centro, la Iglesia local manifestaría más claramente su cercanía a las problemáticas familiares. Si bien los servicios prestados por este Centro se diferenciarían netamente de los prestados por la Pastoral Social, sería conveniente una coordinación entre ambos. Si esta experiencia piloto fuera exitosa, más adelante se podría crear Consultorios Familiares Católicos en varios barrios de Montevideo.” (íbidem, lit. e).

5. La investigación de las realidades familiares

El desarrollo de una acción pastoral adecuada requiere un previo estudio de la realidad del ambiente que se pretende evangelizar. Por tal motivo proponemos que el IPF, además de formar a los agentes de la pastoral familiar arquidiocesana, sea un centro de investigación de las realidades familiares, que trabaje en función de las necesidades de dicha pastoral. Más concretamente, proponemos que el IPF realice y publique una investigación por año sobre distintos temas relacionados con la familia, recomendando líneas de acción pastoral en estas materias. Proponemos además que los tres primeros estudios estén referidos a los siguientes temas: divorcio, libertad de educación y bioética (cf. ídem, n. 85, lit. a).
A modo de ejemplo, indicamos algunas de las cuestiones que cabría considerar en la investigación sobre el divorcio:
a) ¿Cuáles son las consecuencias negativas del divorcio de orden económico, médico, psicológico, educativo, policial, religioso, etc. en los esposos divorciados y en sus hijos?
b) ¿Qué deficiencias existen en la tramitación parroquial de los expedientes matrimoniales en relación con posibles casos de nulidad del matrimonio? ¿Cómo podrían superarse?
c) ¿Qué experiencias de apoyo profesional a matrimonios en dificultades existen en la Iglesia uruguaya y en otros países? ¿Qué lecciones se pueden extraer de esas experiencias?
d) ¿Qué clase de formación reciben los estudiantes de derecho de las distintas universidades acerca del apoyo a los matrimonios que tienen intención de divorciarse?
e) ¿Cuántas son las causales de divorcio permitidas por la legislación uruguaya? ¿Cuál es la incidencia estadística de cada una de ellas?
f) ¿Qué experiencias de limitación del divorcio por la sola voluntad de uno de los cónyuges y de matrimonio civil opcionalmente indisoluble existen en el mundo? ¿Qué lecciones se pueden extraer de esas experiencias?
g) ¿Bajo qué condiciones el matrimonio civil opcionalmente indisoluble sería canónicamente obligatorio para los fieles católicos?
h) ¿Cómo influyen el sistema educativo y los medios de comunicación social en la consolidación de una cultura divorcista? ¿Qué se podría hacer para contrarrestar estas influencias?


6. Asociación de Familias Cristianas de Montevideo.

“La familia tiene el derecho de ejercer su función social y política en la construcción de la sociedad. Las familias tienen el derecho de formar asociaciones con otras familias e instituciones, con el fin de cumplir la tarea familiar de manera apropiada y eficaz, así como defender los derechos, fomentar el bien y representar los intereses de la familia. En el orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y las asociaciones familiares deben ver reconocido su propio papel en la planificación y el desarrollo de programas que afectan a la vida familiar.” (Carta de los Derechos de la Familia, Art. 8).
No existe actualmente en Montevideo ni en el Uruguay una asociación de familias que defienda y promueva el derecho a la vida y los demás derechos naturales de las familias desde la perspectiva cristiana. Dado que Montevideo reúne a casi la mitad de la población del país y que es su capital política, las familias católicas de nuestra ciudad tienen el deber de dar una contribución importante a la resolución de los problemas de alcance nacional que afectan a las familias.
Por tal motivo proponemos crear una Asociación de Familias Cristianas de Montevideo (AFCM), de alcance ecuménico. Desde el punto de vista canónico la AFCM sería una asociación privada de fieles. Si se formaran asociaciones similares a ésta en el resto del país, más adelante se podría crear una organización de segundo nivel (una “Federación de Familias Cristianas del Uruguay”) que agrupara a todas esas asociaciones de familias cristianas.
Se admitiría como socios de la Asociación de Familias Cristianas de Montevideo a personas mayores de edad que residan en nuestro departamento, hayan formado su propia familia, profesen la fe cristiana o reconozcan los principios de la ley moral natural y estén dispuestos a trabajar para ponerlos en práctica.
La carta magna de esta Asociación sería la Carta de los Derechos de la Familia presentada por la Santa Sede a todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misión de la familia en el mundo contemporáneo.
El objetivo principal de la Asociación sería defender y promover los derechos de la familia. Una de sus primeras prioridades sería promover opciones alternativas al aborto y a la fecundación in vitro.
La Asociación cooperaría con la Iglesia Católica, con otras confesiones cristianas y religiones no cristianas y con otras instituciones comprometidas con la defensa de la familia y de la vida, procurando coordinar las distintas iniciativas existentes e impulsar nuevas iniciativas conjuntas.

7. Fundación Pro Educación Católica.

“Los padres tienen el derecho de elegir libremente las escuelas u otros medios necesarios para educar a sus hijos según sus conciencias. Las autoridades públicas deben asegurar que las subvenciones estatales se repartan de tal manera que los padres sean verdaderamente libres para ejercer su derecho, sin tener que soportar cargas injustas. Los padres no deben soportar, directa o indirectamente, aquellas cargas suplementarias que impiden o limitan injustamente el ejercicio de esta libertad.” (Carta de los Derechos de la Familia, Art. 5, lit. b).
El ordenamiento vigente en nuestro país deja mucho que desear con respecto a la plena vigencia de la libertad de educación, garantizada por el Artículo 68 de la Constitución de la República. Son muchos los padres católicos que desearían brindar a sus hijos una educación católica, pero no pueden hacerlo por razones meramente económicas. Algo similar ocurre a familias de otras confesiones religiosas.
Por tal motivo proponemos la creación de una Fundación Pro Educación Católica, en lo posible en el nivel nacional (dependiendo de la Conferencia Episcopal), o en su defecto en el nivel arquidiocesano (dependiendo del Arzobispado). Los objetivos principales de esta Fundación serían los siguientes:
a) Obtener recursos para subsidiar la educación católica de los hijos de padres católicos de escasos recursos, mediante un programa de becas.
b) Promover la plena libertad de educación religiosa en el Uruguay.
Con respecto al objetivo a), si la Fundación tuviere alcance nacional, recomendamos proponer que se dé al contribuyente la posibilidad de optar entre varios destinos posibles del Impuesto de Enseñanza Primaria: la Administración Nacional de Educación Pública, la Fundación Pro Educación Católica y eventualmente otras fundaciones análogas pertenecientes a otras comunidades religiosas o filosóficas.

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 5 de marzo de 2005.

martes, febrero 15, 2005

Jóvenes y vocación a la fe

1) Pastoral juvenil y pastoral de adolescentes

Actualmente la pastoral juvenil arquidiocesana acompaña específicamente a los jóvenes de entre 17 y 29 años (cf. Documento de Trabajo del Sínodo (DTS), Capítulo 2 - Jóvenes y vocación a la fe, n. 2). La pastoral de adolescentes es considerada como una pastoral diferente de la pastoral juvenil, aunque muy interrelacionada con ella, por lo cual se está formando una Coordinadora Arquidiocesana de Pastoral de Adolescentes (cf. ídem, nn. 235-237).
Con respecto a estos puntos, opinamos lo siguiente:
· Las personas de 25 a 29 años son adultas y con frecuencia ya están casadas, por lo cual sería más conveniente tratarlas como adultos, incluyéndolas en los grupos de pastoral familiar o las demás pequeñas comunidades de adultos.
· Con frecuencia los grupos juveniles parroquiales están integrados tanto por jóvenes como por adolescentes. Además, la estructura organizacional de la Arquidiócesis ya está muy sobrecargada, por lo cual parece poco factible crear toda una organización arquidiocesana para la pastoral de adolescentes, aparte de la existente para la pastoral juvenil.
Por consiguiente proponemos redefinir la pastoral juvenil de modo que abarque a las personas de 13 a 24 años, subdividiéndola en dos áreas: adolescentes (de 13 a 17 años) y jóvenes (de 18 a 24 años). Es decir que la misma organización pastoral (vicaría pastoral, coordinadoras arquidiocesana, zonales y parroquiales etc.) se ocuparía de ambas áreas, sin perjuicio de que en el nivel parroquial puedan existir grupos separados de adolescentes y jóvenes, animados o asesorados por agentes pastorales debidamente capacitados para cumplir sus funciones respectivas.

2) La pastoral juvenil y la iniciación cristiana

La pastoral juvenil arquidiocesana propone a los jóvenes un proceso de educación en la fe con tres etapas: “nucleación”, iniciación y militancia o compromiso (cf. ídem, nn. 81-102). Las dos primeras etapas pueden ser bastante extensas (cf. ídem, nn. 85, 97). La militancia es entendida como “la opción que hacen los jóvenes cristianos por asumir el estilo de vida de Jesús de Nazareth y por vivir su vida como una entrega a los demás” (ídem, n. 101). Muchos de los jóvenes integrados a los grupos de pastoral juvenil no llegan a esta etapa (cf. ídem, nn. 95, 102).
Parece ser que este modelo pastoral, que coloca como meta final un compromiso cristiano que en cierta medida debería ser un prerrequisito de la pastoral juvenil, no ha dado buenos resultados globales. La situación religiosa de los jóvenes montevideanos presenta aspectos muy preocupantes. Veamos una ilustración elocuente: la autodefinición religiosa de los montevideanos según su edad. Según el libro de 1996 de Da Costa, Kerber y Mieres titulado “Creencias y religiones. La religiosidad de los montevideanos al fin del milenio”, mientras que entre las personas ancianas los católicos superan a los ateos en una proporción mayor que 10 a 1 (61,9% contra 6,0%), entre los jóvenes dicha proporción no llega a 1,5 a 1 (35,6% contra 24,3%). Además, según la misma fuente, una mayoría relativa de montevideanos (41,9%) señaló que a lo largo de su vida había disminuido su religiosidad (1).
En trazos gruesos, podríamos esbozar nuestra situación de la siguiente manera: parecemos habernos resignado a ver cómo a los diez años la mayoría de los niños que han tomado la Primera Comunión se alejan de la Iglesia; pero cinco o diez años después nos esforzamos por atraerlos de nuevo a ella, convocándolos a través de distintas experiencias y actividades e iniciando con ellos un proceso de educación en la fe, partiendo en muchos casos casi desde cero.
Para evitar en la mayor medida posible el alejamiento de la fe o de la Iglesia de tantos adolescentes y jóvenes católicos, proponemos dar máxima prioridad al fomento de la perseverancia de los niños después de la Primera Comunión y a la generalización del sacramento de la Confirmación, hoy lamentablemente reservado, de hecho, a una élite. Para ello proponemos reducir de quince a doce años la edad mínima para recibir la Confirmación y transformar la pastoral de adolescentes y jóvenes en una pastoral post-confirmación, en el caso normal. El compromiso de militancia cristiana existiría así desde el principio, aunque luego debería crecer a medida que los adolescentes y jóvenes progresen “en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lucas 2,52).
En cuanto a los adolescentes y jóvenes que se acercan a la Iglesia sin haber recibido uno o varios de los sacramentos de la iniciación cristiana, proponemos que, en la medida en que tengan un mínimo de fe, sean incorporados a un proceso de catecumenado para completar su iniciación cristiana antes de incorporarse plenamente a la pastoral juvenil.

3) La pastoral vocacional

El DTS afirma que la pastoral juvenil y la pastoral vocacional, no son “dos aspectos distintos de la misma acción pastoral, sino... dos acciones pastorales distintas.” (DTS, cap. 2, n. 229). La razón aludida es la siguiente: “Mientras que la Pastoral Juvenil procura que el joven recorra un itinerario formativo que atienda integralmente su crecimiento como persona y como cristiano, la Pastoral Vocacional (presupuesto este itinerario) lo ayuda en su discernimiento específico de su lugar en la Iglesia y la sociedad, de acuerdo al proyecto de Dios.” (ídem, n. 231).
Por el contrario, consideramos que, más que relacionarse con la pastoral vocacional, la pastoral juvenil en sí misma debería ser pastoral vocacional, es decir un camino que ayude al joven a descubrir y a asumir no sólo la vocación universal a la santidad, sino también su vocación particular al matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada. Esto no obsta a que existan una organización y unos agentes pastorales especializados para el acompañamiento de los jóvenes que manifiestan una vocación al sacerdocio o a la vida consagrada.
Por lo tanto proponemos que la pastoral juvenil ponga especial énfasis en la pastoral vocacional y particularmente en la preparación al matrimonio (caso mayoritario de vocación particular), transformándose en buena medida en preparación remota (en la adolescencia) o próxima (durante el noviazgo) al matrimonio.

4) La pastoral juvenil universitaria

Con respecto a la pastoral juvenil universitaria, el Código de Derecho Canónico (CDC) establece lo siguiente:
“El Obispo diocesano ha de procurar una intensa cura pastoral para los estudiantes, incluso erigiendo una parroquia o, al menos, mediante sacerdotes destinados establemente a esta tarea; y cuide de que en las universidades, incluso no católicas, haya centros universitarios católicos que proporcionen ayuda, sobre todo espiritual, a la juventud” (CDC, can. 813).
Según el DTS, en los hechos la pastoral juvenil universitaria de la Arquidiócesis se desarrolla fundamentalmente en las residencias universitarias (cf. DTS, cap. 2, n. 239).
Consideramos que, sin perjuicio del rol de dichas residencias, el espacio principal de la pastoral universitaria debe estar constituido por las propias universidades. Por lo tanto proponemos:
a) Que la pastoral universitaria arquidiocesana procure coordinar sus acciones con las de los organismos pastorales de las universidades católicas existentes en la Arquidiócesis.
b) Que se procure crear centros universitarios católicos para ayudar (sobre todo espiritualmente) a los estudiantes de las universidades no católicas existentes en la Arquidiócesis, independientemente de su lugar de residencia (es decir, más allá de las residencias universitarias).
c) Que se procure que la pastoral universitaria sea universitaria no sólo por sus destinatarios, sino también por su modalidad, dedicando amplios esfuerzos a la evangelización de la cultura y al diálogo entre la fe y la cultura.

5) Relaciones entre la pastoral juvenil y la pastoral familiar

La pastoral juvenil debe estar articulada con la pastoral de conjunto (cf. ídem, n. 103). Por otra parte, la pastoral familiar debe ser considerada como una dimensión transversal de toda la pastoral arquidiocesana (cf. DTS, Capítulo 3 - Familia y sacramento del Matrimonio, n. 22, lit. a).
Proponemos fortalecer los nexos de la pastoral juvenil con la pastoral familiar (cf. DTS, cap. 2, n. 243). Más concretamente, proponemos las siguientes líneas de trabajo:
a) Énfasis en la relación del joven con su propia familia.
La gran mayoría de los adolescentes y jóvenes montevideanos viven con sus familias paternas. La relación del adolescente o joven con su familia, sobre todo en el plano religioso, debería ser un aspecto central de la pastoral juvenil.
b) Desarrollo de instancias de participación de los padres en el itinerario pastoral de sus hijos adolescentes y jóvenes.
c) Impulso a la formación de pequeñas comunidades de familias, donde los intercambios se den algunas veces dentro de cada generación y otras veces entre las generaciones.
d) Colaboración de ambas pastorales en lo referente a la preparación de los adolescentes y jóvenes al matrimonio (cf. ídem, n. 247).

6) Crecimiento de los jóvenes en la vida cristiana.

Proponemos fortalecer el énfasis de la pastoral juvenil con respecto a los medios tradicionales de crecimiento de la vida cristiana (cf. ídem, n. 45). Más concretamente, proponemos las siguientes líneas de trabajo:
a) Fomento de los cursos de Biblia para jóvenes.
b) Fomento de la participación asidua de los adolescentes y jóvenes en los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía (sobre todo dominical).
c) Consideración de los grupos de pastoral juvenil como escuelas de oración (entre otros aspectos).
d) Fomento de la dedicación de los sacerdotes a la dirección espiritual de los adolescentes y jóvenes.
e) Realización periódica de retiros o ejercicios espirituales para adolescentes y jóvenes.

7) Animadores y Asesores
El modelo organizacional impulsado por la pastoral juvenil arquidiocesana incluye la idea de que los animadores de los grupos juveniles deben ser jóvenes, reservando a los adultos el rol de asesores (cf. ídem, n. 135). Por otra parte, se constata en algunas parroquias una especie de abandono de los grupos juveniles a su propia suerte, por parte de los sacerdotes y los fieles adultos (cf. ídem, n. 275).
Consideramos que los jóvenes sienten la necesidad de tener un cierto grado de autonomía pero no quieren ser marginados y que necesitan apoyo, consejo y dirección de sus mayores. Por lo tanto proponemos que se establezca la obligación de designar un líder o guía suficientemente maduro y formado en cada grupo de pastoral juvenil, y que para este rol se designe a las personas más adecuadas, sean adultas o jóvenes.

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 5 de marzo de 2005.


Nota:
El cuadro completo es el siguiente:

Autodef./Edad 65+ 50-64 30-49 18-29
Católicos 61.9% 55.9% 44.9% 35.6%
Ateos 6.0% 6.3% 16.3% 24.3%

Cf. Néstor Da Costa - Guillermo Kerber - Pablo Mieres, Creencias y religiones. La religiosidad de los montevideanos al fin del milenio, Ediciones Trilce, Montevideo, 1996, pp. 55, 58.

lunes, febrero 14, 2005

Catequesis y sacramentos de la Iniciación Cristiana

1. La vida cristiana de los catequistas.

Los catequistas deben destacarse por su vida cristiana (cf. Código de Derecho Canónico (CDC), can. 785,1). Sin embargo, en el Documento de Trabajo del Sínodo (DTS) se dice que en Montevideo hay catequistas “que ni siquiera tienen o viven la fe. Son muchos los que cuentan con conocimientos pedagógicos adecuados pero carecen de los contenidos, vivencias, espiritualidad que ha de caracterizar al catequista.” (DTS, Capítulo 1 - Catequesis y sacramentos de la Iniciación Cristiana, n. 98). También se dice que la dicotomía entre la tarea y la espiritualidad de los catequistas es una debilidad de frecuente constatación (cf. ídem, n. 112) y que en algunas parroquias los catequistas no están integrados a la vida sacramental de la parroquia (cf. ídem, n. 243).
Proponemos que el Sínodo dirija una apremiante exhortación a todos los responsables de la catequesis de la Arquidiócesis a fin de que se elija como catequistas únicamente a fieles con una vida cristiana ejemplar y se sustituya sin demora a los catequistas que incumplen dicha condición de forma grave, continua y notoria.

2. La formación doctrinal de los catequistas.

Los catequistas deben conocer bien la doctrina cristiana (cf. CDC, can. 780). Sin embargo, en el DTS abundan las referencias a la insuficiente formación doctrinal de algunos catequistas de Montevideo, tanto de parroquias como de colegios (cf. DTS, cap. 1, nn. 98, 99, 100, 102, 105, 106, 112, 198, 200, 202). A nuestro juicio, una de las causas de este fenómeno es la influencia de una tendencia anti-intelectual, que se trasluce por ejemplo en la recomendación de “priorizar la enseñanza de la metodología y pedagogía catequística, evitando una excesiva intelectualización de los cursos” (ídem, n. 246; cf. n. 244). Dado que entre metodología catequística y contenido de la catequesis existe una relación de medio a fin y dada la prioridad ontológica de los fines sobre los medios, nos manifestamos en desacuerdo con esa recomendación.
Proponemos que se determine con precisión el grado mínimo de formación teológica exigible a todos los catequistas de la Arquidiócesis. Concretamente, proponemos que se exija como prerrequisito obligatorio para desempeñar el ministerio de la catequesis (en cualquier nivel y ámbito) una de las siguientes dos condiciones:
· haber cursado y aprobado un curso de teología que brinde una visión sintética de toda la doctrina cristiana, con una carga horaria total de al menos 80 horas y un examen final (o más de uno, si el curso se dividiera en varias asignaturas);
· acreditar una formación teológica equivalente o superior a la mencionada en el punto anterior.
Proponemos además que el contenido del curso de formación teológica para catequistas esté basado directamente en el Catecismo de la Iglesia Católica, siendo éste su texto de estudio principal.
Naturalmente, se debería establecer un período de transición antes de poner en vigor estas exigencias. Por ejemplo, el año 2006 podría dedicarse a la planificación del curso en cuestión y los años 2007 y 2008 al dictado de este curso para los catequistas que lo necesiten.
Por último proponemos que las comunidades cristianas procuren hacerse cargo del costo de la formación de sus catequistas, en los casos en que esto sea justo y necesario.
No entramos aquí en el tema de la formación pedagógica mínima exigible a los catequistas, lo cual no implica desconocer la relevancia y la pertinencia de dicho tema.

3. Los instrumentos de la catequesis.

La catequesis requiere instrumentos adecuados, incluyendo a los catecismos (cf. CDC, can. 775,1). Sin embargo el DTS sostiene que algunos catequistas de Montevideo utilizan materiales y subsidios inadecuados (cf. DTS, cap. 1, n. 106) y que muchos de los materiales que ofrece el Instituto Pastoral de la Catequesis (IPC) están desactualizados (cf. ídem, n. 107). La falta de materiales adecuados para la catequesis se hace sentir más en determinados niveles (catequesis prebautismal, de confirmación, prematrimonial etc.). En general, nos preocupa la posibilidad de que se estén utilizando textos catequéticos de insuficiente valor doctrinal.
Pensamos que los buenos catecismos son un instrumento fundamental de la catequesis. Por lo tanto recomendamos que se utilice directamente en la catequesis el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica que la Santa Sede está terminando de elaborar y que, si además se necesitaran otros catecismos, se proponga a la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU) que procure la edición de catecismos nacionales, con la previa aprobación de la Sede Apostólica (cf. CDC can. 775,2). La composición de catecismos locales para tener en cuenta las diversas situaciones y culturas debe utilizar como texto de referencia seguro y auténtico al Catecismo de la Iglesia Católica (cf. Juan Pablo II, constitución apostólica Fidei Depositum, n. 4).
Proponemos que estos eventuales catecismos locales (para niños y adultos) no tengan un estilo exclusivamente enunciativo sino también argumentativo (es decir, que no digan solamente qué creemos los católicos, sino también por qué lo creemos) y dediquen suficiente atención a la defensa de la fe católica contra las amenazas específicas del momento presente: ateísmo, ocultismo, “Nueva Era”, umbanda, grupos cristianos fundamentalistas, sectas pseudo-cristianas etc., poniendo énfasis en la fundamentación racional de la credibilidad de la fe.
Por otra parte, proponemos que se prepararen conjuntos completos de materiales y subsidios para los cursos de catequesis prebautismal y prematrimonial.
Por último, proponemos que los textos básicos auxiliares de la catequesis se centren sobre todo en los contenidos a transmitir y que, en lo relativo a la metodología, se limiten a establecer unos objetivos pedagógicos mínimos, dejando al catequista (pedagógicamente formado) la libertad de utilizar los métodos que le parezcan más adecuados. Establecer detalladamente todos los pasos que el catequista debe seguir en cada reunión de catequesis puede ser útil para los catequistas principiantes, pero puede sofocar la creatividad y volver rutinaria la labor de los demás catequistas.

4. La formación doctrinal de los catequizandos.

La catequesis es enseñanza sistemática de la doctrina cristiana e iniciación a la vida cristiana. Hoy en Montevideo la catequesis, en su dimensión de enseñanza doctrinal, está dando resultados insatisfactorios. El nivel promedio de formación religiosa de los católicos montevideanos es bastante bajo y con mucha frecuencia nuestros niños, adolescentes y jóvenes tienen conocimientos doctrinales pobres respecto a lo que cabría esperar a su edad. El DTS se refiere indirectamente a este fenómeno al lamentar el bajo nivel de formación religiosa de los aspirantes a catequistas (cf. DTS, cap. 1, n. 102). Por supuesto la gran mayoría de estos aspirantes han recibido su catequesis de Primera Comunión y de Confirmación en la propia Arquidiócesis.
Pensamos que algunas de las causas de esta deficiencia son el escaso interés por el estudio de parte de los catequizandos, la muy escasa exigencia de estudio que los catequistas plantean a los catequizandos y la subestimación práctica del valor de la memoria en el proceso catequético.
Por tal motivo proponemos que se establezcan diversas instancias obligatorias de evaluación de los conocimientos doctrinales de los catequizandos. Por ejemplo: un examen final, acorde a las circunstancias, que deba ser aprobado para pasar de grado o para recibir el Sacramento respectivo.

5. La catequesis de Confirmación.

“El sacramento de la confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra edad, o exista peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra cosa.” (CDC, can. 891). Se considera como “edad de la discreción” los siete años cumplidos (cf. CDC, can. 97,2).
En Montevideo se recibe la Primera Comunión a partir de los diez años y la Confirmación a partir de los quince años. Con mucha frecuencia los niños se alejan de la práctica sacramental poco tiempo después de haber recibido la Primera Comunión. Pocos son los que perseveran en la recepción asidua de los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia, reciben el sacramento de la Confirmación y llevan luego una vida cristiana militante (cf. DTS, cap. 1, nn. 137, 138).
De hecho este último sacramento ha quedado reducido a una minoría de cristianos. Por tal motivo recomendamos que se proponga a la CEU que la edad mínima para recibir la Confirmación se reduzca de quince a doce años. Esta propuesta tiene los siguientes objetivos:
· Extender el sacramento de la Confirmación al mayor número posible de cristianos.
· Facilitar la perseverancia en la vida cristiana de los niños que han recibido la Primera Comunión.
· Procurar que los adolescentes y jóvenes católicos cuenten con una mayor formación cristiana y con la gracia de la Confirmación antes de experimentar las crisis propias de su edad.
· Convertir al sacramento de la Confirmación en la puerta de entrada normal de la pastoral juvenil.
Por otra parte, “existe actualmente una diversidad muy grande de formas, procesos y tiempos en la catequesis de preparación para el sacramento de la confirmación a nivel parroquial” (ídem, n. 249). “Los itinerarios de preparación a este sacramento carecen de unidad y criterios comunes... Cada uno elige el proceso a su modo y talante... Encontramos desde preparaciones fugaces y brevísimas hasta itinerarios que exigen de los confirmandos un año y medio o dos.” (ídem, n. 138).
Proponemos que se fije una duración mínima de seis meses para el proceso catequético de preparación para la Confirmación en la Arquidiócesis.

6. La catequesis familiar.

“Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; y tienen una obligación semejante quienes hacen las veces de padres, y los padrinos”. (CDC, can. 774,2). “El párroco... promueva y fomente el deber de los padres en la catequesis familiar a la que se refiere el can. 774,2.” (CDC, can. 776).
Hoy en nuestra Arquidiócesis la iniciación a la vida cristiana está pasando por una crisis. Muchos de los católicos que han terminado su etapa de formación catequética manifiestan diversas formas de divorcio entre la fe y la vida (o, mejor dicho, de una falta de fe que se refleja en la vida): no creen en dogmas cristianos básicos, no se sienten vinculados a la Iglesia Católica o se han apartado de su doctrina moral.
La secularización de la sociedad es la causa externa principal de las dificultades de nuestra catequesis. A diferencia de lo que ocurría en la civilización cristiana, hoy la fe cristiana de los catequizandos es a menudo muy débil. El avance del secularismo ha provocado una crisis de fe en muchas familias cristianas, por lo cual muchos padres han dejado de cumplir su misión de principales educadores en la fe de sus hijos. La catequesis de las parroquias y los colegios católicos sólo ha podido remediar en pequeño grado esta crisis de la "iglesia doméstica", agravada por las influencias negativas de los medios de comunicación social y de determinados ambientes sociales y culturales.
La tarea más urgente y primordial es re-evangelizar a las familias, para que éstas actúen como eslabones naturales en la cadena de transmisión de la fe católica entre las generaciones. Por tal motivo proponemos que se planifique y ponga en marcha un proyecto experimental a gran escala del método conocido como "catequesis familiar", en el cual el mensaje evangélico es anunciado en primer término a los padres, para que después éstos lo retransmitan a sus hijos (cf. DTS, cap. 1, nn. 205-212). Este modo de participación de los padres en la formación cristiana de sus hijos a menudo lleva a los padres a comprometerse con esta formación en un grado superior al alcanzado mediante el método convencional.
Pensamos que las deficiencias existentes en la vida cristiana de las familias de los niños de nuestra catequesis, en lugar de brindar argumentos contrarios al desarrollo de la catequesis familiar, hacen a ésta aún más urgente (cf. ídem, n. 208).
Concretando algo más nuestra propuesta, recomendamos que durante el año 2006 el IPC planifique la experiencia arquidiocesana de catequesis familiar y que a partir de 2007 esta metodología se aplique en al menos una parroquia y un colegio católico de cada zona pastoral. En función de la evaluación de los resultados obtenidos, se tomaría luego la decisión de expandir o no el ámbito de aplicación de la catequesis familiar.

Daniel Iglesias Grèzes
Montevideo, 5 de marzo de 2005.

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