miércoles, julio 20, 2005

Consideraciones generales sobre la situación de la Iglesia Católica en Montevideo

1) Contexto social
La sociedad uruguaya (y sobre todo la montevideana) está fuertemente secularizada desde hace más de un siglo. En nuestra cultura predomina un secularismo radical, que pretende excluir totalmente a la religión del espacio público. En este contexto los cristianos, aunque somos una mayoría cuantitativa, vivimos como una minoría cualitativa, sin una influencia predominante en la sociedad. Los cristianos que quieren permanecer fieles al Evangelio en su integridad por motivos sobrenaturales son una minoría y por ello las leyes, las instituciones, las mentalidades y las costumbres dominantes en nuestra sociedad en general no son cristianas y a veces son anticristianas. Ser coherentemente cristiano en esta situación no es fácil ni ventajoso.
La post-modernidad ha traído consigo un auge del relativismo, ideología que cada vez más tiende a ser considerada erróneamente como un requisito básico para la convivencia democrática. Quien tiene la certeza de conocer la verdad acerca de asuntos religiosos, filosóficos o morales es fácilmente tachado de fundamentalista e intolerante. La mayoría de los medios de comunicación social contribuyen a difundir la mentalidad relativista.
Las sucesivas crisis económicas de las últimas décadas han provocado el empobrecimiento de una parte considerable de la población de Montevideo (y también del Interior de la República) y han convertido al Uruguay en un país de emigración.
También ha crecido en nuestra diócesis la llamada “cultura de la muerte”, que desconoce el derecho a la vida y los demás derechos naturales de la familia y procura destruir la concepción cristiana del matrimonio y la familia.

2) Situación eclesial
En los 40 años posteriores a la finalización del Concilio Vaticano II ha crecido notablemente el influjo del secularismo dentro de nuestra Iglesia local. En particular, la teología de la liberación de inclinación marxista tendió a secularizar la esperanza cristiana, asignando al sistema socialista la virtud salvífica que corresponde al Reino de los Cielos.
Esto condujo, sobre todo durante el período 1965-1985, a una excesiva priorización de los aspectos socio-políticos del cristianismo y a una falsa oposición entre espiritualidad y compromiso social, que impulsó a muchos católicos a descuidar el cultivo de su vida espiritual y a alejarse de la oración. Con frecuencia se olvidó que la conversión individual tiene una prioridad ontológica frente a la conversión de la sociedad.
Todo esto produjo en la Iglesia de Montevideo conflictos y hasta divisiones que aún no han terminado de sanar. Salvo casos aislados, no se contesta abiertamente al Magisterio de la Iglesia, pero a menudo no se lo asume íntegramente con lealtad. Se tiende a subestimar los logros del período pre-conciliar (por ejemplo, caracterizando el período 1920-1960 de la historia de la Iglesia uruguaya como el del “ghetto católico”) y a considerar el último Concilio casi como un nuevo comienzo absoluto.
En la Pastoral de Conjunto de la Iglesia montevideana se aprecia un predominio excesivo del principio parroquial-territorial y una acentuación unilateral de una forma específica de participación en la Iglesia: la de las pequeñas comunidades en la parroquia. Los nuevos movimientos eclesiales parecen ser vistos ante todo como un problema, en vez de ser vistos ante todo como un don de Dios a la Iglesia.
Los problemas se multiplican: Muchos colegios católicos y muchas otras organizaciones católicas (por ejemplo, de promoción humana) enfrentan una crisis de su identidad católica. Abundan los divorcios y escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. La grave amenaza de la “cultura de la muerte” no es enfrentada adecuadamente debido a la división y la debilidad política de los católicos.

3) Situación religiosa
Por lo común los católicos montevideanos tienen un nivel de formación doctrinal muy inferior al correspondiente a su cultura general, lo cual contribuye a que la mayoría cuantitativa de católicos se manifieste como una minoría cualitativa.
Muchos católicos montevideanos están alejados de la Iglesia: no creen en dogmas fundamentales de la fe cristiana o tienen opiniones contrarias a aspectos esenciales de la moral católica. Además, la gran mayoría de los católicos montevideanos no practica la oración personal ni participa en la liturgia. La influencia del secularismo, el materialismo y el relativismo alcanza incluso a muchos católicos. Además, el ateísmo, el agnosticismo y el deísmo son posturas muy difundidas, sobre todo entre los poderosos, los intelectuales y los jóvenes.
Por otra parte, muchas sectas y nuevos movimientos religiosos han arraigado y crecido en Montevideo en las últimas décadas, ofreciendo respuestas a las cuestiones religiosas a quienes ya no las buscan o encuentran en la Iglesia Católica. La Iglesia Católica optó por los pobres, pero muchos pobres han optado por las iglesias evangélicas o pentecostales.

4) Propuestas generales
Creemos que, ante esta difícil situación, resulta necesario asumir como primera prioridad pastoral la vocación universal a la santidad, según lo planteado por el Papa Juan Pablo II en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte nn. 30-31 y lo expuesto por nuestro Arzobispo en la 3ª Reunión de la Asamblea Sinodal. Debemos recomenzar nuestra labor desde la comunión con Cristo en la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana. La comunión con Cristo nos abre a la comunión con los hermanos. Más allá de la letra de los documentos eclesiales, debemos esforzarnos por vivir cotidianamente la espiritualidad de la Iglesia-comunión, dejando de lado viejos prejuicios y recelos y abriéndonos cordialmente al diálogo intra-católico (prerrequisito de un auténtico diálogo ecuménico). En particular, creemos oportuna una mayor apertura de los organismos territoriales (sobre todo las parroquias) hacia los nuevos movimientos eclesiales y una mayor disposición de éstos a colaborar con aquéllos.
En segundo lugar, creemos necesario renovar el impulso misionero de nuestra Iglesia (bastante alicaído en las últimas décadas), dejándonos guiar por el Magisterio del Papa Juan Pablo II, quien llamó a toda la Iglesia a una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión. La comunión con Cristo conduce a la misión. Lo fundamental es el nuevo ardor evangelizador: dado esto, los nuevos métodos y expresiones vendrán por añadidura. Debemos recuperar la alegría de la fe y sentir la urgencia de testimoniar y anunciar explícitamente el Evangelio de Jesucristo ante todos nuestros conciudadanos, a tiempo y a destiempo, por todos los medios disponibles, incluyendo los medios de comunicación de masas. La promoción de los valores humanos debe ser fundamentada en el anuncio del kerygma. Debemos recordar constantemente que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mateo 4,4). “Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad” (Plan Pastoral San Felipe y Santiago Siglo XXI, n. 4).
En tercer lugar, opinamos que se requiere dar pasos concretos para cumplir efectivamente lo dispuesto en el Plan Pastoral San Felipe y Santiago Siglo XXI (cf. n. 4,4) acerca de la incidencia transversal de la familia en toda la pastoral de conjunto, tomando en cuenta debidamente las relaciones familiares de cada ser humano alcanzado por nuestras acciones pastorales.
Por último, nos parece imprescindible realizar un esfuerzo masivo para mejorar la formación doctrinal de los católicos montevideanos, en plena sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Para tal fin consideramos que el Catecismo de la Iglesia Católica, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia son instrumentos invalorables y providenciales, que habrá que aprovechar debidamente.

En cuanto al Informe a la Asamblea Sinodal (IAS), hacemos dos propuestas de índole general:
· Abundar más en referencias y citas explícitas de documentos del Magisterio.
· Aprovechar más el Documento de Trabajo del Sínodo (DTS). Creemos que algunos capítulos del IAS son más pobres que los respectivos capítulos del DTS, no sólo por su mayor brevedad, sino también cualitativamente.

[Redactado por un grupo de sinodales]
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 8 de julio de 2005.

martes, julio 19, 2005

Comentarios sobre el IAS - Familia y sacramento del matrimonio

1) La formación de los agentes de pastoral familiar
El Informe reconoce que a menudo los agentes de pastoral familiar carecen de la necesaria formación y propone formarlos en el Instituto Pastoral de la Familia (IPF). Si bien estamos de acuerdo con esto, entendemos necesario profundizar más en este aspecto fundamental. Proponemos que a quienes desempeñan el ministerio de la catequesis pre-matrimonial se les exija una formación teológica mínima equivalente a un curso de 80 horas de síntesis teológica, en el cual se utilice como libro de texto principal el Catecismo de la Iglesia Católica, y que se exhorte a todos los agentes de pastoral familiar a recibir formación específica en temas de familia en el IPF.

2) Los contenidos de la catequesis pre-matrimonial
El Informe reconoce la insuficiencia de la catequesis pre-matrimonial ofrecida comúnmente en las parroquias como preparación inmediata al matrimonio y propone mejorar esta preparación, reordenando dicha catequesis en su extensión, temática y desarrollo. Si bien esto nos parece correcto, creemos conveniente detallar y concretar más esta propuesta. Proponemos que en 2006 el Instituto Pastoral de Catequesis y el IPF preparen un manual de catequesis pre-matrimonial,. tratando los aspectos básicos dogmáticos, morales, litúrgicos, canónicos, psicológicos, biológicos, etc. atinentes al sacramento del matrimonio. Además proponemos que en 2007 se realicen experiencias piloto de utilización de este nuevo manual, después de haber preparado para ello a los catequistas involucrados.

3) Los derechos de la familia
El Informe ni siquiera menciona las actuales amenazas contra la vida y la familia debidas al avance de la “cultura de la muerte”, que se pretende imponer a las sociedades con raíces cristianas por medio de leyes radicalmente injustas, con el apoyo de gran parte de los medios de comunicación social. Es preciso que, en esta hora crítica de nuestra civilización, la Iglesia Católica defienda con todas sus fuerzas los derechos de la familia. En este sentido, recomendamos estimular la creación de una Asociación de Familias Cristianas de Montevideo (AFCM), cuyo objetivo sería defender y promover el derecho a la vida y los demás derechos naturales de las familias desde la perspectiva cristiana. Desde el punto de vista canónico la AFCM sería una asociación privada de fieles. Ella admitiría como socios a personas mayores de edad que residan en nuestro departamento, hayan formado su propia familia, profesen la fe cristiana o reconozcan los principios de la ley moral natural y estén dispuestos a trabajar para ponerlos en práctica. La carta magna de esta Asociación sería la Carta de los Derechos de la Familia presentada en 1983 por la Santa Sede.

4) El servicio a las familias
El Informe propone que la Pastoral Familiar genere y profundice iniciativas orientadas a acompañar a todas las familias, especialmente a las que están en situaciones difíciles o irregulares. Si bien estamos de acuerdo con esto, nos parece oportuno concretar más esta propuesta. En esta línea proponemos crear un Centro Arquidiocesano de Servicio a las Familias, atendido por un equipo interdisciplinario de profesionales voluntarios, que brindaría servicios gratuitos de consejería familiar, mediación, atención de problemas de violencia doméstica, adicciones etc. También brindaría servicios de capacitación a agentes de la pastoral familiar y a otras personas interesadas en estas materias. Así nuestra Iglesia local manifestaría más claramente su cercanía a las problemáticas familiares. Si esta experiencia piloto fuera exitosa, más adelante se podría crear Centros similares en varios barrios de Montevideo.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Comentarios sobre el IAS - Movimientos eclesiales y nuevas comunidades

1) Una mirada desde afuera
A diferencia de los Informes sobre la parroquia, la pastoral de la solidaridad y la educación católica, el Informe sobre los movimientos eclesiales y nuevas comunidades no parece interesarse mayormente por los movimientos en sí mismos, sino sólo por su relación con las parroquias, las zonas y la diócesis. En el fondo los cuatro núcleos del Informe tratan este último tema. En cambio se prescinde de analizar la vida interior de los movimientos (su liturgia, su espiritualidad, su acción misionera etc.). Más allá de todas las expresiones positivas del Informe acerca de los movimientos, creemos que esta forma de mirarlos desde afuera es reveladora de una tendencia inconsciente a verlos (o verse) erróneamente casi como una realidad externa que debería relacionarse y colaborar con la Iglesia.

2) La libertad de asociación en la Iglesia Católica
“Los fieles tienen derecho a fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad o piedad o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y también a reunirse para procurar en común esos mismos fines.” (Código de Derecho Canónico, canon 215). El primer principio en materia de asociaciones es la libertad. La intervención de la autoridad eclesiástica viene en segundo lugar, por ejemplo para reconocer o no el carácter católico de una asociación privada de fieles. Por ello no nos parece correcto el enfoque demasiado centralista que el Informe insinúa en ocasiones. Por ejemplo, el Informe afirma que “es positiva la presencia de movimientos y nuevas comunidades que respondan a necesidades de la Iglesia local” (n. 21). Los fieles no necesitan una previa autorización del Obispo para crear una asociación cualquiera dentro de la diócesis. Creemos que en esta materia debe regir un principio análogo a la llamada “presunción de inocencia” del derecho penal: se debe presumir que toda nueva comunidad es positiva mientras no se demuestre lo contrario. Además, en función del principio de subsidiariedad, podríamos dar vuelta la cuestión y preguntarnos, no sólo si un nuevo movimiento sirve a los organismos pastorales diocesanos, sino también si éstos sirven al nuevo movimiento. Al fin y al cabo el cristiano debe buscar antes servir que ser servido.

3) Pastoral ambiental y pastoral territorial
Al igual que los demás Informes, también el Informe que estamos comentando denota a veces un énfasis excesivo en la territorialidad. Creemos que a este respecto es importante recordar que, si bien el párroco debe velar por el bien de todas las almas que habitan en el territorio de su parroquia, los fieles católicos de su jurisdicción no tienen ninguna obligación moral ni canónica de participar de la Santa Misa en su propia parroquia ni de participar en las actividades parroquiales. A diferencia de lo que ocurría en el pasado y lo que sigue ocurriendo en las áreas rurales, la movilidad de la vida moderna, sobre todo en grandes ciudades como Montevideo, vuelve muy natural la vinculación de un fiel a una comunidad cristiana distinta de su propia parroquia (ya sea otra parroquia, un colegio católico, un movimiento eclesial etc.). Se debe aceptar serenamente esta transformación, que probablemente se acentúe en el futuro.
La gran heterogeneidad de las situaciones personales y las necesidades religiosas de los fieles que viven en el territorio de la parroquia hace que ésta difícilmente pueda responder de forma adecuada a todas esas situaciones y necesidades. Además hay muchos ámbitos cuya atención pastoral no puede ser desplegada adecuadamente desde las parroquias territoriales: pensemos en la evangelización de los “mundos” del arte, de la política, de Internet etc. Por estas razones la pastoral ambiental tiene y tendrá que cumplir un rol fundamental. De ahí la necesidad y la urgencia de lograr una adecuada armonización y complementación entre pastoral ambiental y pastoral territorial, con espíritu de fraterna colaboración y no de absurda competencia.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Comentarios sobre el IAS - Parroquia

1) La liturgia
“La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza.” (Concilio Vaticano II, constitución Sacrosanctum Concilium, n. 10). De aquí se deduce que la liturgia ocupa un lugar central en la vida cristiana de la comunidad parroquial. Sin embargo, a diferencia del Documento de Trabajo, el Informe no profundiza en los problemas pastorales referidos a la liturgia en la parroquia.

2) La misión
El Informe no analiza los grandes desafíos pastorales planteados a las parroquias por fenómenos tales como el gran número de católicos practicantes esporádicos o no practicantes, la proliferación de las sectas y los nuevos movimientos religiosos, la influencia creciente de la in-creencia en nuestra cultura (sobre todo entre los jóvenes), la crisis del matrimonio y de la familia, la creciente falta de respeto al derecho a la vida (primero de los derechos humanos), etc. El Informe no parece tener en cuenta la presencia transversal de la dimensión familiar en toda la pastoral de conjunto, según las orientaciones del Plan Pastoral “San Felipe y Santiago Siglo XXI”.

3) Los organismos zonales
Por una parte, el Informe insinúa que ha habido una multiplicación exagerada de los equipos coordinadores de las distintas pastorales; y por otra parte propone revisar la sectorización parroquial y zonal de la Arquidiócesis. Estamos de acuerdo con ambos aspectos y nos parece oportuno destacar su relación mutua. Mantener vivo el frondoso organigrama de la Arquidiócesis se ha vuelto una carga difícil de sobrellevar en estos tiempos, por lo cual creemos que se requiere una drástica simplificación. Ésta podría implementarse fácilmente reduciendo de diez a cuatro el número de zonas pastorales. Así se eliminarían, sin mayores daños, muchos consejos y equipos coordinadores y sus consiguientes cargos de responsables zonales etc. Las nuevas zonas, más amplias que las actuales, permitirían un intercambio de ideas y experiencias más rico. También sugerimos estrechar los lazos entre las coordinadoras zonales de catequesis, pastoral juvenil, pastoral de la solidaridad etc. y los respectivos Consejos Pastorales Zonales (por ejemplo, convirtiendo a esas coordinadoras en subcomisiones de estos Consejos).

4) La formación de los agentes pastorales
El último núcleo del Informe que estamos comentando trata de los agentes pastorales y su formación. Dicho núcleo presenta siete propuestas, de las cuales cinco se refieren directamente a la formación. Sin embargo ninguna de ellas está explícitamente centrada en la formación de los agentes pastorales, sino que se refieren o parecen referirse a la formación de los laicos en general. Queremos complementar dichas propuestas subrayando la gran importancia de suministrar a los agentes pastorales una formación específica para cada ministerio, oficio o encargo eclesiástico que desempeñen.

5) La parroquia territorial y la pastoral ambiental
El Informe manifiesta su preocupación por la existencia de lo que denomina erróneamente “pluralidad de propuestas eclesiológicas que no pasan por la parroquia” (n. 25), las que, según el mismo Informe, “atentan contra la reciprocidad” (ídem). Creemos que aquí se manifiesta la tendencia a un predominio excesivo de la parroquia territorial en la pastoral de conjunto de la Arquidiócesis. Nos parece imprescindible adoptar un enfoque más equilibrado entre la parroquia territorial y la pastoral ambiental, puesto que ambas son necesarias y complementarias.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Comentarios sobre el IAS - Pastoral de la solidaridad

1) Caritas
A diferencia de lo que ocurre en otros países (a través de Caritas u otras organizaciones semejantes), en Uruguay no existe una gran organización eclesiástica de promoción humana que tenga a la vez una fuerte organización central y una presencia ramificada en todas las parroquias. En la práctica la pastoral de la solidaridad arquidiocesana coordina sobre todo las actividades de un alto número de pequeños grupos parroquiales, que a menudo carecen de personería jurídica y casi siempre sufren de una gran escasez de recursos. Proponemos fortalecer a Caritas, por ejemplo ofreciendo a cada uno de esos grupos la posibilidad de convertirse en una rama parroquial de dicha organización. En esta hipótesis debería haber una interrelación muy estrecha entre Caritas y la Vicaría de la Pastoral de la Solidaridad.

2) Las ONG’s católicas
Gran parte de las acciones de promoción humana que realizamos los católicos son canalizadas a través de asociaciones civiles y fundaciones de inspiración católica. Aunque el Informe no profundiza en este aspecto, creemos que el apoyo a estas ONG’s es una de las tareas principales de la pastoral de la solidaridad. Al respecto proponemos los siguientes lineamientos:
a) Se debe estimular a las diversas comunidades católicas (incluso parroquiales) dedicadas a la promoción humana a buscar el reconocimiento de su personería jurídica no sólo en el ámbito civil sino también en el ámbito eclesial, como asociaciones de fieles.
b) Aplicando el principio de subsidiariedad de la doctrina social de la Iglesia, la Vicaría de la Pastoral de la Solidaridad debe apoyar a las ONG’s católicas ofreciéndoles diversos servicios (capacitación, encuentros, asesoramiento técnico, búsqueda de recursos etc.), sin dejar de respetar estrictamente su legítima autonomía.

3) Anuncio explícito del Evangelio
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mateo 4,4). Sin embargo en la pastoral de la solidaridad arquidiocesana a menudo falta el anuncio explícito del Evangelio. El Informe no se detiene a analizar esta debilidad ni a proponer medidas concretas orientadas a superarla.

4) El asistencialismo
Idealmente la pastoral de la solidaridad no debería limitarse al nivel de la mera asistencia, en el cual se satisfacen las necesidades materiales más urgentes de las personas pobres, sino que debería llegar al nivel de la promoción humana, en el cual se capacita a las personas necesitadas para procurar por sí mismas soluciones adecuadas a sus diversos problemas. En la práctica, sin embargo, debido a la escasez de conocimientos y recursos de los agentes de dicha pastoral, con frecuencia no se logra superar el nivel, necesario pero insuficiente, de la mera asistencia. El Informe, de carácter demasiado teórico, no aborda en profundidad este problema.

5) Los derechos de la familia
A pesar de la notable influencia de la crisis del matrimonio y de la familia en los actuales problemas socio-económicos, el Informe no presta ninguna atención a la defensa y promoción del derecho a la vida y los demás derechos naturales de la familia. Llama la atención que el Informe, en una larga enumeración de injusticias que a diario sufre nuestro pueblo (cf. n. 119), mencione incluso la inequidad en el acceso a la información, pero no mencione el aborto. Este silencio acerca de la mayor injusticia de nuestra época podría asemejarse a la ceguera de tantos cristianos de siglos pasados con respecto a la esclavitud.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Comentarios sobre el IAS - Catequesis y sacramentos de la iniciación cristiana

Si bien valoramos positivamente muchas de las propuestas contenidas en el Informe sobre la catequesis y los sacramentos de la iniciación cristiana, echamos de menos en él una autocrítica de los resultados alcanzados en Montevideo en las últimas décadas por la catequesis, en sus dos dimensiones básicas: iniciación a la vida cristiana y enseñanza sistemática de la doctrina cristiana.
Los resultados de la catequesis como iniciación a la vida cristiana dejan mucho que desear, en la medida en que la gran mayoría de los católicos se aleja de la Iglesia (y en especial de la práctica sacramental) inmediatamente o poco después de haber recibido la Primera Comunión, o bien durante la adolescencia o la juventud. Son pocos los que perseveran en la recepción asidua de la Eucaristía y la Penitencia, reciben la Confirmación y llevan luego una vida cristiana militante. A fin de superar esta crisis nos parece muy atinada la propuesta de promover experiencias de catequesis familiar en las parroquias, pero creemos que convendría ampliar y concretar mucho más dicha propuesta y complementarla con otras medidas audaces, como por ejemplo la reducción a doce años de la edad mínima para recibir el sacramento de la Confirmación.
Si nos animáramos a evaluar los conocimientos de los catequizandos en materia religiosa, comprobaríamos que también dejan mucho que desear los resultados de la catequesis como enseñanza sistemática de la doctrina cristiana. Nos parecen oportunas las propuestas orientadas a mejorar la formación doctrinal de los catequistas y a elaborar nuevos materiales para todo el itinerario catequético, pero nos llama la atención la absoluta falta de referencias del Informe al Catecismo de la Iglesia Católica, piedra angular del edificio de la renovación de la catequesis.
El Papa Juan Pablo II, refiriéndose al Catecismo de la Iglesia Católica, escribió lo siguiente: "Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de la renovación de la vida eclesial, deseada y promovida por el Concilio Vaticano II... Pido, por tanto, a los pastores de la Iglesia y a los fieles, que reciban este Catecismo con un espíritu de comunión y lo utilicen constantemente cuando realizan su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica." (Const. ap. Fidei Depositum, nn. 1.4). Por su parte, cuando aún era Cardenal, el Papa Benedicto XVI escribió lo siguiente: “El Catecismo está haciendo surgir ya, allí donde no se lo bloquea intencionadamente, una gran cantidad de nuevas iniciativas para la evangelización y la predicación. Pero en el origen de todas estas iniciativas se halla siempre la persona del catequista.” (J. Ratzinger, Evangelio, Catequesis, Catecismo, EDICEP C.B., Valencia 1996, p. 47).
A la luz de estas orientaciones, deberíamos evaluar la recepción que se dio al Catecismo de la Iglesia Católica en nuestra Iglesia local: ¿Fue recibido de buen grado? ¿Fue promovido y difundido adecuadamente? ¿Cuántos de nuestros catequistas han leído y estudiado el Catecismo? ¿Cuántos lo conocen a fondo y lo utilizan constantemente en su labor catequética?
Ciertamente es necesario adaptar el Catecismo de la Iglesia Católica a las diferentes culturas, edades, situaciones, etc. Una parte fundamental de esta tarea de adaptación consiste en la elaboración de catecismos locales, nacionales o diocesanos (cf. DCG, nn. 284-285). Por otra parte, el pasado 28 de junio la Santa Sede presentó el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que es apto para ser utilizado directamente por los catequizandos como texto de estudio, en muchos casos.
Recomendamos que se procure la edición de catecismos nacionales, con la previa aprobación de la Sede Apostólica (cf. CDC, can. 775,2), utilizando para ello como texto de referencia seguro y auténtico al Catecismo de la Iglesia Católica (cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei Depositum, n. 4). Además proponemos que, mientras no existan dichos catecismos nacionales, su rol sea suplido en la medida de lo posible por el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Comentarios sobre el IAS - Jóvenes y vocación a la fe

Partimos de una constatación: la situación religiosa de los jóvenes montevideanos presenta aspectos muy preocupantes. Según un estudio de 1996 sobre la religiosidad de los montevideanos, mientras que entre los ancianos los católicos superan a los ateos en una proporción mayor que 10 a 1, entre los jóvenes dicha proporción no llega a 1,5 a 1. Cabe entonces cuestionar seriamente el grado de eficacia de la pastoral juvenil arquidiocesana de las últimas décadas.

1) En ese contexto, nos alegra que el Informe sobre los jóvenes y la vocación a la fe, corrigiendo la postura del Documento de Trabajo, que consideraba a la pastoral juvenil y la pastoral vocacional como dos acciones pastorales distintas, haya optado por una pastoral juvenil que sea en sí misma pastoral vocacional. Creemos que esta opción debe ser vista como un caso particular dentro de una necesidad más general: la de devolver a la Pastoral de Conjunto su verdadero espíritu, combatiendo su tendencia práctica a fraccionarse en un conjunto de pastorales sectoriales escasamente comunicadas entre sí.
En esta línea, nos parece de fundamental importancia establecer fuertes nexos entre la pastoral juvenil y la pastoral familiar. Más concretamente, pensamos que la pastoral juvenil debería:
a) Prestar una atención prioritaria a la relación del adolescente y el joven con su familia paterna.
b) Desarrollar instancias de participación de los padres en el itinerario pastoral de sus hijos.
c) Impulsar la formación de pequeñas comunidades de familias, donde los intercambios se den algunas veces dentro de cada generación y otras veces entre las generaciones.
d) Colaborar con la catequesis y la pastoral familiar en lo referente a la preparación (remota, próxima o inmediata) de los adolescentes y jóvenes al matrimonio.

2) También nos alegra que el Informe haya dado prioridad al carácter evangelizador de la pastoral juvenil por sobre su dimensión organizativa. Creemos que a menudo la pastoral juvenil arquidiocesana ha dado excesiva importancia a la participación en los organismos de coordinación y a los métodos empleados en los grupos, tendiendo a perder de vista la prioridad del llamado a la conversión, la santidad y el apostolado. Además, con frecuencia se ha tendido a acentuar de un modo unilateral la dimensión sociopolítica de la fe cristiana, descuidando la formación doctrinal y moral y el cultivo de la vida de oración personal y litúrgica.
En esta línea, apoyamos la propuesta del Informe de multiplicar las instancias de formación de los jóvenes. Agregamos que sería conveniente fomentar la dimensión formativa de los propios grupos de pastoral juvenil, por ejemplo dedicando una de cada dos reuniones a la formación. Pensamos que sólo jóvenes debidamente formados podrán aplicar correctamente la metodología de la “revisión de vida”, dado que ésta supone un cristiano capaz de ver y juzgar la realidad a la luz de la Divina Revelación, hipótesis que muchas veces no se cumple por desconocimiento del contenido esencial de la fe cristiana.
Además, nos parece conveniente que la pastoral juvenil promueva los siguientes aspectos:
a) La participación asidua de los adolescentes y jóvenes en los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía (sobre todo dominical).
b) La dimensión (no exclusiva) de los grupos de pastoral juvenil como escuelas de oración.
c) La dedicación de los sacerdotes a la dirección espiritual de los adolescentes y jóvenes.
d) La realización periódica de retiros o ejercicios espirituales para adolescentes y jóvenes.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Comentarios sobre el IAS - Educación católica

A nuestro juicio el Informe sobre la educación católica contiene muchas propuestas positivas. No obstante creemos que en varios aspectos fundamentales carece de la audacia requerida por la gravedad de la situación. A continuación intentaremos explicar esta valoración.

1) Aplaudimos las iniciativas de formación cristiana de los docentes de las escuelas católicas, pero consideramos que todas ellas serán insuficientes si no se cambia radicalmente la política de contratación de docentes y directivos. Según el CDC: “La enseñanza y educación en una escuela católica debe fundarse en los principios de la doctrina católica; y han de destacar los profesores por su recta doctrina e integridad de vida” (CDC, can. 803,2). De los profesores de religión se exige además que destaquen “por el testimonio de su vida cristiana” (CDC, can. 804,2). Por lo tanto, entendemos necesario decretar explícitamente:
a) Que todos los directivos, profesores de religión y catequistas deben ser católicos comprometidos con la Iglesia, con buena formación cristiana, práctica sacramental asidua y conducta íntegra.
b) Que los nombramientos de todos los directivos, capellanes, profesores de religión y catequistas deberán ser confirmados por el Arzobispo. Esta última norma regiría no sólo para los nombramientos futuros, sino también para confirmar o no a las personas que detentan actualmente dichos cargos.
c) Que en adelante los cargos docentes vacantes serán ocupados por docentes católicos que no sean indiferentes ni hostiles a la fe católica, se adhieran a los dogmas cristianos fundamentales, participen al menos esporádicamente de la liturgia de la Iglesia y tengan una conducta recta.

2) Aprobamos las iniciativas orientadas a promover el derecho de las familias a la libertad de educación, sobre todo en materia religiosa. Sin embargo nos parece necesario plantear un plan más ambicioso acerca de este asunto. Creemos que los principales objetivos a mediano plazo de dicho plan podrían ser los siguientes:
a) Lograr que los colegios y liceos católicos puedan tener sus propios planes de estudios y sus propios programas para cada asignatura, independientes de los de la ANEP.
b) Crear al menos un instituto católico de formación docente.
c) Crear una Fundación Pro Educación Católica, que otorgue becas a estudiantes de familias de escasos recursos económicos, a fin de permitirles cursar sus estudios en la escuela católica.
d) Lograr que las asociaciones de padres de alumnos puedan participar en la gestión de las escuelas y liceos estatales, incluso en relación con los temas propiamente educativos.

3) Apoyamos la idea de elaborar un Proyecto Educativo Arquidiocesano de Referencia. Sin embargo nos parece insuficiente proponer orientaciones cuya adopción sería opcional para los colegios y liceos católicos. Recordemos que al Obispo diocesano “le compete dictar normas sobre la organización general de las escuelas católicas; tales normas también son válidas para las escuelas dirigidas por miembros de [los institutos religiosos]” (CDC, can. 806,1).
Una de estas normas podría ser la distinción entre la clase de religión (obligatoria y en lo posible evaluable para todos los alumnos de las escuelas católicas) y la catequesis (obligatoria para la escuela católica, opcional para los alumnos católicos y vedada para los no católicos).

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

Comentarios sobre el IAS - Identidad y protagonismo del laicado

El Informe sobre la identidad y el protagonismo del laicado nos merece reparos por algunas cosas que dice y por otras que no dice. Presentaremos ambos aspectos en ese orden:

1) Afirmaciones:
a) El Informe realiza algunas afirmaciones que a nuestro juicio se apartan de la eclesiología enseñada por el Magisterio de la Iglesia y se enmarcan dentro de corrientes teológicas muy cuestionables.
b) En la reseña histórica parece subestimarse la continuidad esencial entre la espiritualidad laical pre-conciliar y la post-conciliar, denotándose una especie de neo-triunfalismo.
c) Al referirse a los nuevos movimientos eclesiales, el Informe parece considerarlos ante todo como un problema, en vez de verlos ante todo como un gran don de Dios a la Iglesia.
d) En general percibimos una tendencia a un predominio excesivo del principio territorial en la Pastoral de Conjunto y a una acentuación unilateral de una forma determinada de participación de los laicos en la Iglesia: la de las pequeñas comunidades en la parroquia.

2) Omisiones:
Lamentamos que el Informe apenas aluda a muchos aspectos importantes de la situación actual del laicado montevideano o ni siquiera los mencione. Nos referimos a los siguientes desafíos:
a) El desafío de los católicos alejados de la Iglesia.
Muchos católicos montevideanos no creen en dogmas fundamentales de la fe cristiana o tienen opiniones contrarias a aspectos esenciales de la moral católica. Además, la gran mayoría de los laicos montevideanos no practica la oración personal ni participa en la liturgia.
b) El desafío de la evangelización de la cultura y el diálogo con los no creyentes.
En nuestra cultura predomina un secularismo radical, que pretende excluir totalmente a la religión del espacio público. La influencia del secularismo, el materialismo y el relativismo alcanza incluso a muchos católicos. Además, el ateísmo, el agnosticismo y el deísmo son posturas muy difundidas, sobre todo entre los poderosos, los intelectuales y los jóvenes.
c) El desafío de las sectas y los nuevos movimientos religiosos, que han arraigado y crecido en Montevideo en las últimas décadas.
d) El desafío de la formación doctrinal de los laicos.
Muchos laicos montevideanos tienen un nivel de formación doctrinal muy inferior al correspondiente a su cultura general, lo cual contribuye a que la mayoría cuantitativa de católicos se manifieste como una minoría cualitativa.
e) El desafío del anuncio explícito del Evangelio en todos los hogares de nuestra Arquidiócesis.
f) El desafío de la “cultura de la muerte” y su embestida contra el matrimonio y la familia.
g) El desafío de la evangelización del ámbito del trabajo y la empresa.
h) El desafío de la notable debilidad política de los católicos.
i) El desafío de la atención pastoral de la gran cantidad de montevideanos que han emigrado a España, Estados Unidos y otros países.
j) El desafío de asumir como primera prioridad pastoral la vocación universal a la santidad, según lo planteado por el Papa Juan Pablo II en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte nn. 30-31 y lo expuesto por nuestro Arzobispo en la 3ª Reunión de la Asamblea Sinodal.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes
IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 23 de julio de 2005.

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA FORMACIÓN DOCTRINAL DEL CATÓLICO MONTEVIDEANO (Lic. Néstor Martínez)

Dios es Amor, y el que vive en el amor vive en Dios, y Dios vive en él. El Absoluto de Dios se manifiesta justamente en su infinita capacidad de amor, de perdón y de misericordia. Ésa es la novedad cristiana que no se deja embretar en ninguna condicionante cultural ni histórica.

Eso es lo que hace que el Evangelio no pueda jamás ser un punto de vista ni algo sujeto al cambio. Dios nunca dejará de ser Aquel que nos ha creado, que nos ha amado tanto que ha entregado a su Hijo, el cual ha muerto en la cruz por nuestros pecados, y Aquel que ha enviado a nuestros corazones al Espíritu Santo para hacer nuevas todas las cosas.

El tiempo y la historia tienen su origen y su fin último en el amor trinitario y están regidos desde siempre por el designio eterno e inmutable de Dios de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en el cielo y lo que está en la tierra”. Desde toda la eternidad la humanidad está ordenada a ser Iglesia, es decir, Cuerpo de Cristo, para gloria del Padre en el Espíritu Santo.

El sentido último de la historia no es tanto ir adaptando este mensaje a las diversas situaciones y culturas, cuando ir recapitulando las diversas manifestaciones de lo humano en el único Misterio que antecede y trasciende a la historia y a todos los tiempos. La movilidad que experimentamos en lo humano es sólo un aspecto de la ejecución de un Designio que Dios contempla desde su inmutable e inefable Eternidad y que a nosotros nos ha sido revelado de una vez para siempre en Jesucristo, que es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

Esa inmutabilidad absoluta del ser trinitario y del plan de salvación revelado por Dios en Cristo, según el cual Él regula desde la Eternidad la dinámica de la historia armoniza plenamente con lo que la filosofía realista, la filosofía del ser, nos dice sobre la inmutabilidad de la naturaleza divina y la irreductibilidad del ser al mero devenir, contra todas las variaciones del heraclitismo que se han dado a lo largo de la historia de la filosofía.

Fuera de esta revelación del amor de Dios en Jesucristo la aventura humana, cargada de tantos bienes con que el hombre ha sido enriquecido desde la Creación, queda sin embargo abocada, de hecho, a la oscuridad y la desesperación, al vacío último de sentido. Cuanto más blasona el ser humano de su libertad autónoma y de su capacidad para dar un sentido a la existencia al margen de Dios y de Cristo, más se va convirtiendo la historia humana en el escenario del desamor y de las múltiples formas del fratricidio.

Nuestra época bien podría aspirar a un carácter paradigmático en cuanto a ese vínculo entre negación de Dios y de Cristo, carencia de sentido de la existencia, y desarrollo sin par de la lógica homicida que surge del rechazo del plan de Dios.

Es como si el ser humano intentase borrar hasta el último vestigio de la presencia de Dios en el mundo, de ese Dios cuyo designio amoroso ha rechazado en nombre de la falsa libertad. Pero el último “vestigio” de Dios que queda es nada menos que su Imagen, el hombre mismo. La “naturaleza humana” expresa, mirada a la luz de la fe, la imagen de Dios en el hombre, el centro mismo del plan de Dios, que ha creado todas las cosas por Cristo y para Cristo, el Verbo de Dios hecho hombre. La humanidad entra entonces en una especie de vértigo suicida que llega a querer borrar la noción misma de una naturaleza humana para convertir al hombre simplemente en materia prima manipulable de la “libertad”, que en realidad se parece cada vez más a una reacción instintiva incontrolable.

Es cierto que se nos pide mirar este hecho desde la fe y la esperanza radicales que se fundan precisamente en el designio amoroso de Dios manifestado en Jesucristo. Por eso mismo es que no tenemos ningún otro lugar desde donde mirarlo, y que debemos cuidar muy bien de que nuestra percepción no se vea reconducida a las formas de pensar propias del “hombre viejo”, por la seducción de las ideologías de moda.

Contemplamos así que hoy día se extiende un pensamiento “políticamente correcto” que hace una nueva y extraña alianza entre liberalismo y marxismo. La “perspectiva del género” es la ideología que conjuga, por un lado, la crítica de la familia como institución opresora inaugurada por el marxismo, con el concepto individualista de la “libertad” propio de las tradiciones liberales. Se percibe fuertemente la influencia del programa neomarxista de Gramsci consistente en la destrucción del sentido común, la filosofía realista, la familia, y la Iglesia, como pasos previos indispensables a la “hegemonía cultural” que debería llevar al poder a las elites revolucionarias. El concepto de “naturaleza humana” es atacado violentamente tanto desde el historicismo marxista como desde el nihilismo existencialista, cuyos restos flotan aún en el naufragio de la “modernidad”. El “progresismo” estadounidense, los países ricos con su proyecto de control poblacional, la ONU, y la izquierda mundial aparecen allí mancomunados en una alianza de contornos difusos pero innegables.

Bajo este alero ideológico se cobijan las propuestas que nos conmueven todos los días desde los medios de comunicación: despenalización y legalización del aborto, de la eutanasia, matrimonios homosexuales con capacidad de adopción de niños, fomento de la sexualidad adolescente mediante distribuciones de preservativos y “educación sexual” al margen de los padres, proyectos de manipulación genética en los que el ser humano pierde totalmente su dignidad y que posibilitan por un lado la destrucción masiva de embriones, es decir, seres humanos ya concebidos, y por otro, el viejo sueño de manipular la naturaleza humana para terminar finalmente creando “golems” que gratifiquen el deseo diabólico de “ser como dioses”.

Junto con esto se difunden propuestas de defensa de los derechos de los animales, a veces por parte de los mismos que llevan el “derecho de abortar” hasta formas de declarado infanticidio, que debería estar según ellos permitido a los padres en los primeros meses de vida del hijo. En esta sociedad de la globalización estamos siendo todos testigos, vía televisión, de cómo el sistema legal estadounidense asesina en público a una mujer que ha vivido los últimos años de su vida en estado vegetativo, retirándole, no los tratamientos extraordinarios que podrían significar un “ensañamiento terapéutico”, sino simplemente la alimentación, para que muera de hambre y sed, ante la impotencia de parte de su familia, pues se juzga que su vida no vale la pena de ser vivida.

Es obvio que juntamente con todo esto, se perpetúa el mal de la pobreza y la miseria de la mayor parte de los habitantes del planeta. Es parte de la misma lógica homicida que ve en el ser humano mismo, tal como ha salido de las manos de Dios, un obstáculo para la “libertad”. ¿Cómo esperar lógicamente que se respeten los mínimos derechos de los adultos si no se respeta el elemental derecho a la vida del que aún no ha nacido?

La angustia que provocan las situaciones de miseria a nuestro alrededor lleva a veces a centrar todo en el drama económico, y eso hace que se reduzca peligrosamente el campo visual de aquellos que quieren contribuir a la mejora de la situación de las personas. El pragmatismo y la eficacia tomados como objetivos supremos llevan a la ceguera respecto de la amenaza tremenda que se cierne cada vez más sobre todas las sociedades del planeta. Se puede entrever confusamente, pensamos, que es la amenaza de una especie de imperio mundial animado por una filosofía o ideología centrada precisamente en el rechazo de la naturaleza humana, el imperio de la auto-creación del hombre que es en realidad la expresión máxima del sometimiento del hombre por el otro hombre. Orwell y Huxley habrán sido finalmente y lamentablemente, profetas de este “nuevo tiempo” que es nuevo ante todo en el grado de demencia con que intenta cortar todo vínculo con el Creador.

No son tiempos éstos, entonces, para confusiones y ambigüedades en la percepción de fe que los cristianos tenemos de la realidad. Sin embargo, la inmensa y negra ola de la cultura anti-vida adveniente se alza sobre una comunidad cristiana que se ha caracterizado precisamente en los últimos decenios por una afición a poner en duda todas sus certezas, a relativizar en lo posible sus propios fundamentos, a dar de entrada por supuesta la excelencia de las intenciones, las propuestas, los métodos, que surgiesen de ambientes contrarios a su fe, a ejercer el juicio crítico solamente “ad intra” con los representantes oficiales del Magisterio eclesiástico, que tiene sin embargo la tarea precisamente de guiar a la Iglesia en el cumplimiento de su misión, y para nada “ad extra”, hacia ese “mundo” que tal vez se consideró con demasiado optimismo y que hoy nos revela un rostro que es muy difícil de integrar como signo positivo de los tiempos.

Un catolicismo embretado por esquemas ideológicos ajenos a la fe cristiana no sería capaz de hacer frente a la tremenda marejada que nos traen los tiempos actuales. Sólo la unidad en la fe de la Iglesia puede darnos la posibilidad de actuar y responder como cuerpo ante el desafío presente.

La mentalidad y la filosofía relativistas, tan extendidas en nuestro medio, obstaculizan la manifestación de la novedad del Evangelio. La fe cristiana es incompatible con una filosofía relativista o del puro devenir de todas las cosas. Esa filosofía es sin embargo la que se presenta, al menos, como el modo de pensar preponderante en nuestra sociedad. La misión eclesial pierde todo sentido en el contexto de un pensamiento para el cual no existe una verdad absoluta o no se puede conocer con fundamento. La misma existencia humana queda sin significado si no hay algo absoluto a lo cual dirigir la vida y en lo cual dar razón última de las opciones vitales más importantes.

Pero si el ataque se dirige hoy día a los fundamentos mismos, ya no solamente de la fe cristiana, sino de la simple y mera presencia humana en el mundo, eso no hace sino revelar de un modo nuevo y más urgente aún la importancia de la recta formación filosófica. Recordemos que el sentido común y la filosofía realista son blanco preferencial de la estrategia destructora gramsciana, y que es justamente contra la noción de una “naturaleza humana” que se libra hoy día la guerra de las feministas de “género” al propulsar el aborto, la destrucción de la familia y la equiparación de la homosexualidad con el matrimonio, por ejemplo.

Pues bien, tampoco a nivel filosófico ha sido del todo excelente el desempeño de la comunidad cristiana en los últimos decenios. En muchos ambientes se entendió la renovación propuesta por el Concilio Vaticano II como excusa para el abandono puro y simple de la formación filosófica, sustituida por las “ciencias humanas”, como la sociología o la psicología. En otros, se optó por dar “vía libre” a cualquier corriente filosófica en la formación de los aspirantes al sacerdocio. Se generalizó la actitud crítica y de rechazo hacia la filosofía tradicional de la Iglesia, a pesar de las continuadas recomendaciones y advertencias del Magisterio. La consecuencia de todo esto sólo ha podido ser una inseguridad básica en los mismos fundamentos intelectuales sobre los que luego se pretende construir la visión teológica de la realidad. El líquido toma la forma del recipiente, y aquí los recipientes han estado muchas veces llenos de agujeros. La consecuencia de todo ello sólo puede ser una presencia católica dubitativa, insegura, tímida, acomplejada, y en último término, callada, silenciosa, muda.

Y cuando no ha sido muda, muchas veces, ha prestado su voz a ideologías extrañas a la fe, precisamente porque éstas han ocupado el puesto dejado vacante por el “patrimonio filosófico perennemente válido” del que hablaba el Concilio, para convertirse en las verdaderas estructurantes mentales del pensamiento teológico. Se ha ejercido, entonces sí, la crítica sobre el “mundo”, pero no tomado en su globalidad, ni tampoco alcanzado en los fundamentos de sus errores y de sus males, precisamente porque sólo se reaccionaba ante los aspectos parciales percibidos por una visión ideológica también parcial que era a su vez expresión ella misma de la situación mundana de alejamiento de Dios.

Se puede calcular fácilmente cuál ha sido el impacto que las deficiencias en la formación filosófica han tenido sobre la teología, a nivel mundial, que no deja de influir obviamente, en nuestro medio. Se pueden comprobar fácilmente los resultados de ese cálculo hojeando libros o revistas en que se expresa el pensamiento teológico actual. Por supuesto que el panorama es variadísimo, también en calidad y en grado de fidelidad al mensaje revelado y al Magisterio que lo propone autorizadamente. Pero es preocupante e inédita hasta ahora, pensamos, la cantidad de autores, libros y artículos que simplemente no dan para nada la impresión de sintonizar con la fe de la Iglesia de todos los tiempos. Se tiene la sensación de que hay ámbitos enteros de pensamiento “eclesial” en los cuales lo que se propone es en realidad otra cosa distinta de la fe católica.

Así se explica la innegable sensación de desorientación que parece palparse en la comunidad cristiana y católica ante las alternativas del tiempo presente, que por otra parte se apoya en el mismo carácter ambiguo e indefinido de la actual coyuntura histórica. Da la sensación un poco de “sálvese quien pueda”, de que cada uno agarra para donde le parece que puede haber algo válido, en el contexto de una sociedad “post-moderna” en la cual hasta la brujería ha llegado a ser de nuevo opción a considerar para muchos ex – habitantes de la mentalidad “ilustrada”.

Se entiende por tanto cómo este contexto de pérdida de identidad de la propuesta católica ha ayudado en parte entre nosotros al éxodo de muchos ex – fieles hacia otras formas de culto religioso que han proliferado en nuestro medio, en el que ya no nos sorprende ver a verdaderas multitudes congregadas en torno a ofertas del nivel de la “umbanda” o de ciertas formas de “brujería cristiana” que han salido recientemente a luz y han logrado en materia de espacios televisivos, por ejemplo, lo que como Iglesia no hemos podido tener hasta el presente.

Por todo eso es que nos permitimos señalar que un elemento esencial de la formación doctrinal del católico montevideano ha de ser la recta y sana formación filosófica según la tradicional “filosofía perenne” que ha tenido como tal carta de ciudadanía en la Iglesia por siglos, por supuesto que en forma actualizada y en diálogo constante con los avances de las ciencias. Necesitamos criterios y lenguajes comunes, pero ni siquiera los que proporciona la fe podrían serlo, si la base humana misma de toda comunicación, ese sentido básico del ser, de la realidad, de la verdad, de los primeros principios de la razón, está arruinada o no es operante en nosotros por el influjo destructor de las ideologías de moda. En ese sentido, necesitamos también una actitud más crítica respecto de todas las corrientes filosóficas de la modernidad que partiendo de Descartes, de Hume y de Kant han puesto las bases del actual ataque al sano sentido común del ser humano y a la negación o puesta en duda de las verdades más evidentes y fundamentales de orden natural.

Y ello ha de ir acompañado, pensamos, a nivel teológico, por una renovada preocupación y vigilancia respecto de la fidelidad a la Iglesia, a su fe, a su tradición, a su Magisterio autorizado, y una atención mayor a los grandes clásicos de la teología que hoy también pueden ayudarnos a formar una síntesis del pensamiento creyente que sea capaz de orientar e iluminar en la coyuntura actual.

Que María Santísima, Virgen de los Treinta y Tres, interceda por todos nosotros para que podamos ser fieles a lo que el Señor nos pide en esta hora.

IV Sínodo Arquidiocesano de Montevideo, 2 de abril de 2005.

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